Los locos mueren de viejos de Vanessa Núñez Handal


Lilian Fernández Hall

Cuando el pintor y grabador noruego Edvard Munch dio las últimas pinceladas a su cuadro «Pubertad» en 1863, a los 32 años, aún no gozaba del prestigio al que accederí­a muchos años después, cuando serí­a celebrado como uno de los fundadores del expresionismo europeo, que llegarí­a a su máxima expresión a principios del siglo XX. Munch conocí­a ya, sin embargo, el dolor de la pérdida y el sentimiento de orfandad, luego de la temprana muerte de su madre y de su hermana mayor. Años después experimentarí­a también la cada vez más asidua visita de sus demonios personales -que lo llevarí­an a hundirse en el alcoholismo y en perí­odos de depresión y locura- a la vez que producirí­a excepcionales obras de arte.


Esta introducción viene a cuento con motivo de la portada que luce «Los locos mueren de viejos», la primera novela de la escritora salvadoreña Vanessa Núñez Handal. El óleo de Munch no podrí­a ser una puerta de entrada más acertada para esta profunda y concentrada novela sobre la niña/adolescente Paula y sus demonios. En la cuidada edición de F&G Editores de Guatemala se ha elegido enfocar a la figura de la niña, pero en el cuadro original de Munch sobresale un elemento estremecedor: la enorme sombra negra que proyecta la adolescente. Esta casi grotesca sombra negra que crece y adquiere dimensiones propias, es sí­mbolo quizás de las tinieblas en las que se debate un alma atormentada, que tanto en la obra de Munch como en la novela de Núñez Handal adquiere el carácter de protagonista.

La niña Paula vive sola con su madre en una oscura casona venida a menos, en un barrio que anteriormente fuera elegante. Todo huele a viejo y a esplendores pasados, y la madre lucha contra viento y marea para mantener en pie la máscara de familia acomodada que, en realidad, ya han perdido para siempre. Lo hará cueste lo que cueste, y el precio será alto: tanto el alma como el cuerpo de su hija. Paula es una niña dócil y enormemente solitaria, con una sed de cariño y una necesidad tan intensa de ser amada que toca las fibras más í­ntimas del lector. Núñez Handal logra con un lenguaje sobrio, elegante, jamás dado a los excesos, un retrato conmovedor y lúcido de las consecuencias de vivir en una sociedad que antepone las apariencias al afecto. Toda posibilidad de cariño o comunicación maternal se esfuman ante la concepción rí­gida y profundamente egoí­sta de la madre, quien no ahorrará ningún medio -incluida la traición a su hija- para conseguir el dinero que le permitirá mantener un estatus que ya se derrumba.

La falta de afecto, la soledad, el ambiente carente de gratificaciones, el abuso sexual, el maltrato fí­sico y psí­quico y una tambaleante entrada en la adolescencia -con todo lo que implica de inseguridad, búsqueda, cambios- es una carga demasiado pesada para Paula. El fantasma de la locura y la enajenación que siempre ha rondado la familia se concretiza en la aparición del doble: Marí­a, la niña/mujer que Paula quisiera ser pero no es. Marí­a es la rebelde, la conspiradora, la asesina. La que susurra ideas prohibidas en el oí­do de la muchacha. Cuando la vida de Paula se torna insoportablemente dolorosa, Marí­a es la válvula de escape. Marí­a la libera y la atormenta a la vez. Marí­a vive su propia vida, a la vez redime y condena a Paula.

Afortunadamente, esta novela no cae en el facilismo de presentar una realidad unidimensional, con una madre cruel sin matices y una ví­ctima pasiva. El amor, a veces lindante a la sumisión, que Paula siente por su madre no es solamente un fantasma de la imaginación. Han existido momentos de ternura entre ambas, aunque parecen esfumarse con el tiempo. La clave de esta relación esté quizás en la siguiente frase: «Mamá, yo te amaba y tú me amabas también. ¿En qué momento perdimos todo?» (p. 25). La figura de la madre es una figura intensamente trágica, encerrada en el modelo de castidad, obediencia y sumisión femenina -que seguramente heredarí­a de su madre y ésta de la suya, y así­ sucesivamente- y dependiente de la mirada de los demás. Mantener una posición social «acomodada» consume todas sus energí­as. Paula, a su vez, si bien inocente en este juego cruel, no se nos presenta como una adolescente asexuada y destruida, sino como una joven mujer que descubre su sexualidad con gozo, aunque obviamente reprimida por el adoctrinamiento a que ha sido sometida por su madre durante toda su corta vida. Esta novela presenta un mundo femenino desolador: una joven sometida, una madre cruel, una abuela abandonada, una tí­a amargada por los celos (Alma) y una prima superficial y envidiosa (Alejandra). Y aún más desesperanzador es el ámbito masculino, donde el tí­o Alberto representa al abusador sin escrúpulos. ¿Podrí­a haberse balanceado esta visión pesimista del mundo? Quizás sí­, aunque no necesariamente. En la literatura, como en la vida, la existencia puede teñirse de tragedia.

«Los locos mueren de viejos» de Vanessa Núñez Handal aborda temas en los cuales se puede bucear hondo. La locura, el abuso sexual, los fantasmas, la relación madre/hija, la sociedad patriarcal, el mundo de las apariencias, la asfixia de un hogar sin cariño, la experiencia dolorosa de la adolescencia, el descubrimiento de la propia sexualidad, el castigo corporal, la envidia, la traición, el miedo a la vejez, la muerte. El ambiente en el que se desarrollan los acontecimientos es un ambiente cerrado, asfixiante (recuérdese que en la escena del abuso sexual al que Paula es sometida, lo más angustiante es justamente esa sensación de asfixia de la niña, la imposibilidad de respirar, la falta de aire). Y si bien muchos de estos temas ya han sido tratados en la literatura latinoamericana contemporánea -y aquí­ merece mencionarse la novela El huésped de la mexicana Guadalupe Nettel, nacida curiosamente el mismo año que Núñez Handal (1973), en donde aparece el tema del doble- son éstos motivos que se repiten desde la literatura griega clásica hasta los autores nórdicos, que tanto en la literatura como en la pintura y el cine han abordado estos temas tan perturbadores y difí­ciles. La ya clásica pelí­cula Fanny y Alexander del director sueco Ingmar Bergman es un fresco magistral de un ambiente represor, carente de afectos y propenso al maltrato fí­sico y emocional; la conflictiva relación madre/hija es angustiosamente recreada en Sonata otoñal, y el mismo Bergman se declaró siempre perseguido por sus «demonios». Munch, por su parte, vivió en carne propia el tormento de la depresión, las alucinaciones y la locura, males a causa de los cuales permaneció internado ocho meses en una clí­nica psiquiátrica en Copenhague. í‰l mismo reconocerí­a que sus desórdenes psí­quicos eran a la vez fuente de inspiración y materia de su producción artí­stica. En la ambiciosa serie que denominó «Friso de la vida», compondrí­a varios cuadros sobre temas de la mente humana y los estados psí­quicos, entre ellos «Angustia», «Celos», «Melancolí­a» y el conocido «El Grito».

Por eso, como ya se ha dicho tantas veces, las fronteras de la literatura son más construidas que reales. La expresión del alma humana puede adoptar los mismos ropajes en el soleado clima mediterráneo, en el brumoso norte escandinavo o en el exuberante clima tropical de América Central. Vanessa Núñez Handal, nacida en El Salvador y actualmente residente en Guatemala, es una intelectual perfectamente integrada a su ambiente (abogada, docente universitaria, periodista) pero su literatura es universal. Una novela que conmueve en su ambiente de difusión, donde tiene la posibilidad de ser leí­da; pero que seguramente también lo harí­a en cualquier parte del mundo. Esperamos que los beneficios de la traducción pronto puedan presentar «Los locos mueren de viejos» en otros idiomas, para que lectores de distintas partes del mundo tengan acceso a una obra que muestra los vericuetos del alma humana más allá de toda frontera.