En el mundo se encuentran vigentes varios sistemas o formas de Gobierno, que van desde las medievales monarquías absolutas, hasta los sistemas parlamentarios, pasando por los más comunes sistemas presidenciales o semipresidenciales, sin dejar de lado que aún existen dictaduras, sistemas unipartidistas y regímenes militares, que permiten menos libertades.
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En Guatemala, como toda Latinoamérica, se estableció desde su fundación un sistema presidencial. En consecuencia, nuestra historia ha “sufrido†por personajes que se han encumbrado (o enquistado) en el poder, ya que el sistema favorece la entronización de personajes mesiánicos caudillistas.
Por supuesto, que detrás de estas figuras presidenciales se encuentran grupos de poder. El presidente representa por sí solo una fuerte figura de poder, lo cual ha resultado peligroso, ya que el ideal democrático -moderno y republicano- se contrapone a la monarquía absoluta, que le otorga todo el poder a una sola persona.
En nuestra república, se supone que hay separación de poderes. Pero, en la práctica, todo gira en torno al presidente. Gracias al presidente, un partido logra introducir a buena parte de sus diputados al Congreso, lo que genera que casi siempre el Legislativo esté dominado por el oficialismo, lo cual es contraproducente para la dialéctica política. Peor aberración es que el presidente -y el grupo de poder detrás de él- sean quienes elijan a las autoridades del sector justicia (Policía, Ministerio Público, Defensa Pública, magistrados). Entonces, esta separación de tres poderes se concentra sólo en una figura.
No es sorpresa para nadie, pues, que los partidos políticos giren también en torno a un candidato. Y tras llegar el caudillo al poder (o bien muere o cae en desgracia), el partido también desaparezca, ya que el objetivo único se cumplió: ganar la Presidencia.
En sistemas gubernamentales más justos, el parlamentarismo le resta poder al Ejecutivo, que se limita únicamente en administrar los bienes públicos y responde directamente al Congreso.
Uno de los problemas es que nos hemos acostumbrado a este sistema. Hoy día, con las elecciones, vemos replicado este “error históricoâ€, de darle nuestro voto a una persona, y otorgarle todo el poder. De hecho, los partidos políticos que han tenido problemas para inscribir a su presidenciables han sentido que el suelo se les hunde, porque en realidad no saben qué hacer sin candidato para la Presidencia.
¿Habrá otra opción?
Nuestro modelo político se encuentra agotado. Actualmente, vemos al presidente Colom completamente desaparecido y se muestra incapaz de resolver por sí solo todos (o al menos uno de) los problemas. Pero, para ser sincero, ningún candidato -de ahora o de hace cuatro años- parece capaz de hacerlo.
El Congreso, como hemos visto, no ha funcionado para nada. Salvo honrosas excepciones, que se cuentan con los dedos de una mano, los diputados únicamente llegan a cobrar el sueldo, ya que ahora ni siquiera se dice que llegan a levantar el brazo, porque usualmente se excusan de asistir a las sesiones. Sus fiscalizaciones parecen más juicios políticos, y sin decir que la producción de decretos es bajísimo.
¿Habrá otra opción?
La idea republicana de dividir el poder en tres era muy simple. Tomando en cuenta que anteriormente las monarquías se dedicaban a ejecutar, legislar y hacer justicia, la propuesta fue que tres entidades diferentes ejercieran sendos poderes. Sin embargo, en ningún momento se estableció cuál institución es o debía ser la más importante.
Yo me pregunto, en un país tan injusto y con tanta inmunidad, ¿no debería ser el Organismo Judicial el más importante? Pero en la práctica no es así. De hecho, el OJ está subordinado al Gobierno y al Congreso, sobre todo porque el presupuesto pasa por estos dos.
¿Qué pasaría si, en lugar de que el Presidente usurpe todo el poder, se lo otorguemos a un grupo de jueces? El Gobierno se encargaría únicamente de administrar los bienes y ejecutar obras que los jueces considerasen necesarias, y el Congreso velaría por legislar a favor de la justicia.
Obviamente, esto es una ilusión. Sobre todo, porque seguramente el Organismo Judicial es el más corrupto de todos, por ser el más vulnerable y por ser el más desorganizado. Sin embargo, por ello es necesaria una reforma del sistema de justicia, para motivar que los representantes vayan subiendo de puestos según su desempeño, para asegurarnos que los máximos jueces, los de la Corte Suprema de Justicia, sean los más honorables.
Un sistema republicano con predominancia en la justicia tendría como ventajas la descentralización, y que entre jueces mismos podrían fiscalizarse. La decisión de uno siempre está sujeta a la revisión de otro.
Actualmente, con el asesinato de Facundo Cabral, muchos despotricaron contra el presidente Colom, porque consideran que la figura central de poder es la responsable de todo. Pero seguramente, si el país no tuviera altos índices de impunidad, los sicarios se lo pensarían más en el momento de ejecutar sus acciones. Por ello, es más constructivo para el país realizar investigaciones penales efectivas, más que construir carreteras, cuyos fondos usualmente terminan en los bolsillos de contratistas, gobernantes, diputados y narcos. Pese a ello, el Organismo Judicial, el Ministerio Público y otras instituciones de justicia, son las que menos presupuesto tienen.
Termino esta digresión recordando que, bíblicamente, el pueblo de Israel tuvo jueces antes que reyes, porque antes que nada había que poner orden. Eso es lo que nos hace falta.