Los inolvidables


Habiendo mucha gente que asegura que la alegrí­a y la tristeza son incompatibles, he querido contarles que en los últimos dí­as viví­ ambos sentimientos al ver fotografí­as con los respectivos comentarios de dos personajes, para mi inolvidables, en el recorrido de mi existencia. La primera, la socarrona sonrisa que siempre le ha caracterizado a nuestro pastor Rodolfo Cardenal Quezada Toruño y la segunda, con la apacible mirada clí­nica de gran médico, mentor, columnista y cabeza de honorable familia Carlos Pérez Avendaño, quien goza de tal agudeza de criterio que cada vez que toma la pluma, como dirí­a mi recordado padre, no deja Santo parado.

Francisco Cáceres Barrios

Digo tristeza, porque estamos presenciando el retiro voluntario de quien ejerciera la delicada responsabilidad de dirigir el arzobispado metropolitano y alegrí­a, porque al fin el columnista logró vencer la resistencia a tomar lápiz y papel para seguir garrapateando sus amenos escritos, que nos hacen fruncir el seño ante la preocupación que despiertan sus temas o la sonrisa y hasta a veces sonora carcajada, por nunca abandonar la chispa de quien fuera inquieto y vivaz estudiante universitario, actuación tantas veces comentada por sus compañeros de aquel entonces.

Reconozco pues, que me embargan dos sentimientos que podrán ser calificados de incompatibles, pero que por las circunstancias de la vida muchas veces se hacen encuentro por aglomerado que estuviera el camino. Hace poco, leyendo el contenido de la carta que escribiera el célebre escritor Gabriel Garcí­a Márquez, me calaron muy hondo expresiones como estas: «Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharí­a ese tiempo lo más que pudiera. Posiblemente no dirí­a todo lo que pienso, pero en definitiva pensarí­a todo lo que digo». Más adelante sigue diciendo: «A un niño le darí­a alas, pero le dejarí­a que él sólo aprendiese a volar. A los viejos les enseñarí­a que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido …» (El subrayado es mí­o). Ahora comprenderán los amables lectores el porqué mantengo en la categorí­a de «inolvidables» al Cardenal Quezada, como al Doctor Pérez Avendaño, con el aprecio y respeto que siempre han merecido.

Y es que lamentablemente no hay mucha gente que pueda contradecir el concepto de que por los malos tiempos que nos ha tocado vivir, resulta muy difí­cil, si no imposible, hablar bien de la gente que conocemos. Como bien decimos los chapines usualmente -«sobran los dedos de la mano» para llevar la cuenta de gente de bien, honorables y de sólidos valores y principios, con tan abundante como buena trayectoria que merecen el calificativo de ser dignos exponentes y ejemplos a seguir por nuestra niñez y juventud. Gracias a ellos digo, qué no darí­amos por escribir más seguido columnas como ésta, aprovechando la oportunidad para expresarles mi fraterna gratitud a quienes me inspiraron a escribir la presente.