El Caso Noruega puede ser interpretado de muchos modos distintos: la vuelta al fundamentalismo, la irracionalidad posmoderna, el fanatismo religioso, la locura… Mucha tinta gastarán los periódicos tratando de analizar el comportamiento del joven de 32 años, Anders Behring Breivik, que terminó la vida con 96 compatriotas de una manera burda y eficaz.
Por lo que a mí respecta, pienso que puede observarse semejante acto radical como la llamada de atención de que los ideales juveniles todavía perviven y eventualmente hacen gala de forma atroz y espeluznante. Sí, son ideales obtusos y ciegos, pero es que así se presenta el ímpetu en esos años de desequilibrios vitales. En la juventud todo es extremo.
Si no recordemos a nuestros guerrilleros de antaño. Basta leer ligeramente sus biografías para darse cuenta que los muchachos estaban infatuados, inflamados de un amor ilimitado que los llevó a la montaña (o la ciudad) para morir como héroes, dando la vida, según ellos por la realización de un mundo nuevo. Un sueño bastante desmesurado, enfermizo, irreal que les terminó cuando “maduraronâ€.
El mejor ejemplo lo tiene en ese señor diputado llamado juvenilmente “Comandante Panchoâ€. En su librejo, muy mal escrito por cierto, “Sierra Madre. Pasajes y perfiles de la guerra revolucionariaâ€, habla de esos años de ensueño en el que conducido por altos ideales revolucionarios se determinó por la lucha armada y combatió como un héroe sin par. Así se pintó por lo menos en su texto, imaginándose Rambo y culpando a otros de sus fracasos.
Pues bien, nuestro icono revolucionario “maduró†con los años y ahora lo tenemos como un vulgar diputado siempre dispuesto a vender su alma al diablo por continuar en el hueso y vivir del erario público. Ahora sí, muy humano, demasiado humano, bastante impenitente, grosero y tosco, como somos la mayoría de los mortales. En la lejanía quedó el revolucionario que admiraba a su hermano y deseaba ser la mímesis del Che Guevara.
Entendámonos. Una cosa fue la lucha armada de nuestros guerrilleros que tenían causas legítimas para tomar decisiones valientes, otra es la ilusión obsesiva de Anders Behring Breivik que ve como amenaza el mundo islámico. Cierto, hay diferencias enormes. En lo que observo similitud, es en la radicalidad de sus decisiones que tienen que ver con cierta dosis de ensoñación juvenil. Aquí es donde puede percibirse la equivalencia.
Mi intención es hacer obvio que los ideales (que algunos creen desaparecidos después del Mayo del 68 o poco después), aún aparecen de manera extrema en cualquier parte del mundo. Y de ese ímpetu juvenil se aprovechan los viejos ideólogos para hacer realidad un mundo que sólo existe más allá del cielo –en el hiperuráneo-.
Esos sueños que produce la mente (hoy quizá explicada por la neurociencia a causa de algún desorden hormonal o químico) es la misma que lleva a algunos de nuestros patojos a enrolarse en la organización de “camisas blancas†o hasta soñar con algún puesto en la estructura de Estado para cambiar el mundo. Como decía al inicio, de los jóvenes se puede esperar muchas cosas, incluso ponerse bombas para hacerse estallar en un mercado público.