Una vez efectuado el «encuentro reconciliatorio» de los gobernantes de Venezuela, Ecuador, Nicaragua (¡…!) y Colombia: Hugo Chávez, Rafael Correa, Daniel Ortega y ílvaro Uribe, respectivamente, se creyó que los problemas surgidos por la incursión militar colombiana en territorio ecuatoriano felizmente habían tocado a su fin definitivamente.
Empero, el encuentro de alto nivel, al parecer, no pasó de ser un mero «show» abundante en palabrerío, poses para exhibir las imágenes de los protagonistas aprovechando los incesantes «disparos» de los fotógrafos de la Prensa, los enfoques de la televisión y la cobertura de los reporteros de los medios radiales, entre otros que echan al vuelo las noticias en lo nacional e internacional.
Chávez lo que quería era hacerse autobombo como «pacifista» (¿…?); Correa, que, como nos ha dicho jocosamente un acucioso observador de lo que acontece en el mundo, pretendía dar la impresión de un chivo expiatorio como si ignorase los varios campamentos de las FARC en sus dominios; Ortega, por su parte, sólo quería demostrar que va a remolque de los «defensores» de los derechos soberanos de la región y de intereses inconfesables; Uribe, por otra parte, deseaba que las cosas no se pusieren más rusientes y chisporroteantes. Y, por último, los guerrilleros de Colombia, ¿qué? Ellos, que en las diversas latitudes son considerados terroristas-genocidas, estarían y estarán celebrando aún, el hecho de haber ocupado buenos espacios en los medios de comunicación del Sur hemisférico y del resto del mundo. De no ser así, no darían a conocer su «causa» y las hazañas (¡?!) protagonizadas con alternancia de secuestros, de torturas, de todo género de macabras acciones de lesa humanidad. Serían, sencillamente, unos «pobres diablos selváticos» salpicándose en charcas de sangre de hombre, mujeres y niños?
Antes de los famosos apretones de manos, el ensoberbecido e histérico dictador venezolano había ordenado a sus conmilitones de pasadas glorias cuartelescas ocupar posiciones fronterizas con Colombia con batallones de tropas, artillería, tanques, ruidosos revoloteos de helicópteros y aviones, haciendo gala -como le place por su condición de militronche- de fuerza bruta.?
Cabe traer a cuento que Correa, quien se nos antoja como correa de los zapatos de Chávez y de Castro, se ve interesado en complicar situaciones que ya no tienen razón de ser. í‰l querrá darse visibilidad como un «patriota» celoso de la soberanía de su «entorno» y como muy solidario con sus compañeros de ruta que apuntan a la formación de un imperio austral, como piensan significados hombres de Prensa, escritores, académicos, políticos y otros personajes de alta talla que lanzan urbi et orbi sus sesudos comentarios en los medios de comunicación de alcance nacional, regional e internacional.
Correa, que, dicho sea de paso, hoy por hoy paladea las gollerías del poder ecuatoriano, está explotando a su manera el caso de su coterráneo remichero Franklin Guillermo Aisalia Molina (o Franklin Ponelia Molina (a) Lucho), con lo cual está echando leña al fuego -más de la que han echado y siguen echando sus pariguales comprometidos con la llamada «revolución bolivariana».
Ya deberían doblar la página los «reconciliados» sureños, pero a lo mejor querrán seguir haciendo ruidos en el marco de sus pretensiones imperiales respecto de la «alegre» América Indiana, incluso con derroche de violencia macabra a la usanza de las FARC y de otros grupos que abrazan causas no dignas de los pueblos hacia los que vomitan consabida demagogia político-ideológica de tiempos idos? .