Los histriónicos desplantes de Rafael Correa


Una vez efectuado el «encuentro reconciliatorio» de los gobernantes de Venezuela, Ecuador, Nicaragua (¡…!) y Colombia: Hugo Chávez, Rafael Correa, Daniel Ortega y ílvaro Uribe, respectivamente, se creyó que los problemas surgidos por la incursión militar colombiana en territorio ecuatoriano felizmente habí­an tocado a su fin definitivamente.

Marco Tulio Trejo Paiz

Empero, el encuentro de alto nivel, al parecer, no pasó de ser un mero «show» abundante en palabrerí­o, poses para exhibir las imágenes de los protagonistas aprovechando los incesantes «disparos» de los fotógrafos de la Prensa, los enfoques de la televisión y la cobertura de los reporteros de los medios radiales, entre otros que echan al vuelo las noticias en lo nacional e internacional.

Chávez lo que querí­a era hacerse autobombo como «pacifista» (¿…?); Correa, que, como nos ha dicho jocosamente un acucioso observador de lo que acontece en el mundo, pretendí­a dar la impresión de un chivo expiatorio como si ignorase los varios campamentos de las FARC en sus dominios; Ortega, por su parte, sólo querí­a demostrar que va a remolque de los «defensores» de los derechos soberanos de la región y de intereses inconfesables; Uribe, por otra parte, deseaba que las cosas no se pusieren más rusientes y chisporroteantes. Y, por último, los guerrilleros de Colombia, ¿qué? Ellos, que en las diversas latitudes son considerados terroristas-genocidas, estarí­an y estarán celebrando aún, el hecho de haber ocupado buenos espacios en los medios de comunicación del Sur hemisférico y del resto del mundo. De no ser así­, no darí­an a conocer su «causa» y las hazañas (¡?!) protagonizadas con alternancia de secuestros, de torturas, de todo género de macabras acciones de lesa humanidad. Serí­an, sencillamente, unos «pobres diablos selváticos» salpicándose en charcas de sangre de hombre, mujeres y niños?

Antes de los famosos apretones de manos, el ensoberbecido e histérico dictador venezolano habí­a ordenado a sus conmilitones de pasadas glorias cuartelescas ocupar posiciones fronterizas con Colombia con batallones de tropas, artillerí­a, tanques, ruidosos revoloteos de helicópteros y aviones, haciendo gala -como le place por su condición de militronche- de fuerza bruta.?

Cabe traer a cuento que Correa, quien se nos antoja como correa de los zapatos de Chávez y de Castro, se ve interesado en complicar situaciones que ya no tienen razón de ser. í‰l querrá darse visibilidad como un «patriota» celoso de la soberaní­a de su «entorno» y como muy solidario con sus compañeros de ruta que apuntan a la formación de un imperio austral, como piensan significados hombres de Prensa, escritores, académicos, polí­ticos y otros personajes de alta talla que lanzan urbi et orbi sus sesudos comentarios en los medios de comunicación de alcance nacional, regional e internacional.

Correa, que, dicho sea de paso, hoy por hoy paladea las gollerí­as del poder ecuatoriano, está explotando a su manera el caso de su coterráneo remichero Franklin Guillermo Aisalia Molina (o Franklin Ponelia Molina (a) Lucho), con lo cual está echando leña al fuego -más de la que han echado y siguen echando sus pariguales comprometidos con la llamada «revolución bolivariana».

Ya deberí­an doblar la página los «reconciliados» sureños, pero a lo mejor querrán seguir haciendo ruidos en el marco de sus pretensiones imperiales respecto de la «alegre» América Indiana, incluso con derroche de violencia macabra a la usanza de las FARC y de otros grupos que abrazan causas no dignas de los pueblos hacia los que vomitan consabida demagogia polí­tico-ideológica de tiempos idos? .