LOS HIJOS, INSTRUMENTOS DE DIOS


Atendiendo a reacciones producidas en tierras del Tí­o SAM, y de JUAN CHAPIN, por el artí­culo sobre Matrimonio solo entre sexos completivos, cerramos el tema afirmando que puesto se nace hombre o mujer, fí­sica y biológicamente, la seriedad de la unión sexual normal, tiene la finalidad fundamental de completarse el uno al otro en el ayuntamiento sexual, para la procreación de hijos e hijas en la perpetuación de la especie y la familia; con la condición perfecta de casarse -con tal que sea en El Señor-, en la condición, calidad apropiada y natural que es por amor del corazón; y el lógico deleite sexual; pero no invertidamente por depravación, o como se me ha replicado al querer creer que se es «homosexual», por voluntad de Dios, cuyo segundo mandamiento es de «amor al prójimo».

Santiago VILLANUEVA GUDIEL, svillanuevagudiel@hotmail.com

Siendo los humanos creación de Dios, no producto de la casualidad o defectuosa evolución, por lo tanto somos el tipo expreso del creador de la humanidad para buscarse el uno al otro, dejar padre y madre para juntarse conyugalmente y tener hijos biológicos con derechos congénitos de padres e hijos, en dependencia igualmente mutua y normal, sin traumas que estigmaticen paternidades anormales, falsificadas, productos de leyes concesionarias de gobiernos, leyes y jueces adeptos no a las leyes de Dios, sino del maligno y para daño a la humanidad. Así­ que cada quien debe buscar para sí­, el matrimonio y su descendencia, y tipo completivo no del mismo sexo hembra, débil frágil o varona; ni del mismo sexo masculino, hombre y varón. Dios hizo que en la unión conyugal el hombre y la mujer sean recí­procamente compañí­a el uno del otro, ayudas idóneos y compañeros en lo dichoso, adverso y destino hasta que la muerte los separe; completando uno lo que al otro le faltare y tenga la capacidad de compartir, hasta en esto completivos; no haciendo separaciones de conveniencia de lo mí­o y lo tuyo, sino proveyéndose mutuamente en carácter, genio y figura, sin contrariarse, sino aceptándose el uno al otro como es o ha llegado a estar. Ser compañero y compañera en la vida marital, es compartir el mismo yugo bien atado, sin flojedades ni sueltos para halar cada uno por su lado, sino parejos; compañeros de dí­a como de noche para responder por igual ante Dios por la vida del otro cónyuge como por los hijos y la familia. Debe de existir primero compartimiento de amor espiritual y puro del corazón entre los que se atraen, que sean de su tipo para que después, el deber conyugal sea el deleite sexual completivo y la sujeción del uno al otro en cuerpos, bienes materiales y espirituales. Como dice el sabio Salomón -¡Bendita sea tu propia fuente! ¡Goza con la compañera de tu juventud, delicada y amorosa cervatilla! ¡Que nunca te falten sus caricias! ¡Que siempre te envuelva con su amor! Proverbios 5:18/19. Si no es así­, no se tiene compañí­a, ni ayuda idónea, o acompañamiento; sino a la luz del sol, y la oscuridad de la noche, en la misma cama y bajo el mismo techo, se convive con una enemiga o enemigo. No se ha unido en El Señor, sino en el diablo. Por eso se dice «Dios los crí­a, pero el diablo los junta.» Pero recibiendo lo que es de Dios, acotamos lo siguiente: «lo leí­, sin imaginarme del mensaje tan bonito y evangelí­stico que tiene ese documento. Es una bendición leer su documento ojalá siga escribiendo». «Yo comparto en términos generales lo que en esencia su mensaje quiso puntualizar, la aberración humana del homosexualismo y las distorsiones que hoy vivimos de lo que es correcto y de lo que no es, de lo que es bueno y de lo que no es, y comparto completamente con usted el repudio a estas tendencias, que lo único que logran es hacer de nuestra generación una igual a la del diluvio o a la de Sodoma y Gomorra.»