Los guerreros del alba


Hace 179 años, el 12 de enero de 1829, el Congreso de México nombró presidente al general Vicente Guerrero, llamado «El guerrero del alba» en la biografí­a que escribió Raquel Huerta Nava. Sobran las calles, los monumentos y hasta una entidad federativa lleva su nombre, pero, Guerrero es un personaje inexplorado en la historia mexicana. Poco o nada se conoce de este insurgente que más tiempo combatió en la sierra a los realistas, durante la consumación de la Independencia y primeros tiempos de la República mexicana. El lema de Guerrero, «Vivir por la Patria o morir por la libertad», fue adoptado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), cuya rebelión en las entrañas de la selva lacandona sacudió conciencias propias y ajenas, en el alba del 1 de enero de 1994.

Marco Vinicio Mejí­a

La insurrección de los indios mexicanos inspira la resistencia global frente al neoliberalismo, la guerra, el renovado imperialismo, la mundialización de la economí­a, la crisis de las democracias, el Estado y el poder, los partidos y la clase polí­tica.

Su papel ha sido fundamental para relanzar debates y reflexiones, prácticamente abandonados ante el avance del pensamiento único, el desencanto y el pragmatismo universal de las izquierdas. Lograron resituar en la orden del dí­a el «asedio a la utopí­a» -como bien decí­a Mario Payeras-, que hoy parece significar la lucha por la democracia radical, las libertades individuales y colectivas, la justicia y la igualdad; sobre todo, la puesta en práctica de las autonomí­as, la autogestión y el autogobierno de las comunidades y los pueblos.

En ciertos momentos, y a veces por largos periodos, los zapatistas se han refugiado en un silencio que resulta ensordecedor. También recurren a la palabra para plantear sus crí­ticas, sus ironí­as, sus análisis y propuestas. «La palabra como arma y el silencio como estrategia», ha enfatizado el subcomandante Marcos.

La estrategia rebelde de los zapatistas somete a crí­tica el mundo opresivo, discriminante, racista, devastador y degradado, para construir como opción un mundo plural, solidario, igualitario, donde quepan muchas diversidades, en sí­ntesis, «un mundo donde quepan muchos mundos».