Los fanáticos se matan y los dirigentes se hartan


Oscar-Clemente-Marroquin

Puede haber algún resabio del enfrentamiento político tras los sucesos ocurridos ayer en Egipto por un partido de futbol, pero ese nivel de apasionamiento que genera el deporte de las patadas está en realidad saliéndose de control porque es causa de confrontaciones constantes entre los aficionados que siguen a un equipo o una selección con los que simpatizan con los más enconados rivales. Y el sistema general de podredumbre que rodea la competencia del futbol profesional no hace sino complicar las cosas, porque cada vez es más evidente que no se trata de un deporte sino de un negocio de miles de millones de dólares en el que la poderosa FIFA administra a su sabor y antojo la más grande y descarada corrupción.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

 


Cada día se sabe más de partidos amañados en distintos lugares del mundo y no hay juego en el que las decisiones arbitrales no sean objeto de serios cuestionamientos por los aficionados. Y ocurre que son estos los que sufren y se enfrentan, cayendo así en el juego tenebroso de una autoridad deportiva que arregla partidos, que vende sedes de los mundiales y que se resiste a las reformas que harían más transparente el juego porque el negocio está, precisamente, en esas oscuridades que permiten tantos arreglos.
 
 Yo en mi familia tuve que optar por pedir a mis hijos no discutir más del futbol porque la discrepancia entre los seguidores del Barcelona y del Madrid causaba enfrentamientos que iban subiendo de tono. Uno queda molesto con los aficionados del otro equipo por los comentarios que se hacen, mientras que los jugadores se abrazan y se mandan mensajes al terminar los partidos para reafirmar que nada ha pasado, que todo sigue igual. Ellos ganan millones y viven tranquilos, pero los fanáticos, que hay muchos más que aficionados por lo que se ve, no ganan más que para disgustos.
 
 Las escenas de ayer en Egipto son dantescas, pero no son las primeras ni serán las últimas que veamos porque ese nivel de apasionamiento crece cada día. Puede haber diferencias políticas que hayan sido detonante de la situación, pero entendiendo lo que pasa en otros lugares del mundo uno se da cuenta que ese deporte popular, ese entretenimiento de millones de personas, ha perdido su propia esencia por la forma en que es administrado.
 
 Y aquí hay que mencionar a los mafiosos de la FIFA y de las entidades regionales que manosean un negocio extraordinario. Ellos se nutren, precisamente, de ese apasionamiento se detiene al mundo, por ejemplo, cuando se juega un clásico español y televidentes en todo el planeta se prenden del transmisor para vivir y sufrir las incidencias del partido. La FIFA es tan poderosa que pasa sobre las leyes de los Estados e impone su criterio contra viento y marea. Ante los reglamentos y disposiciones de Blatter y sus cuarenta ladrones no puede esgrimirse ni la ley civil, ni la ley penal, ni la ley laboral en ninguno de los países porque el futbol, con todo y lo mafioso que es, está regulado a otro nivel y otra instancia y el país que quiera ejercer su soberanía será castigado con la eliminación de cualquier competencia deportiva dictada por el comité ejecutivo de la federación mundial sin derecho a apelar.
 
 Hablamos de la corrupción del mundo financiero pero no reparamos en que buena parte del mundo baila al son que toca una de las instituciones más sucias y podridas de la historia misma de la humanidad, como es la FIFA, y es tiempo de que el mundo entero repare en la forma en que está siendo instrumentalizado por un puñado de sinvergüenzas a los que la muerte de setenta, setecientos o siete mil personas, les viene del norte, como decía la doña.