El electorado europeo está decidido a prescindir de los políticos que hayan incumplido sus promesas, acabando con 9 gobiernos desde que comenzó la crisis, pero sin importar el pesimismo y el humor sombrío con que ven a sus políticos y la economía, una cosa que no rechazan es la divisa común, el euro.
La existencia del euro, fundado hace casi 13 años, y empleado por más de 330 millones de personas en 17 países, ha sido puesta en duda recientemente al no poder frenar los gobiernos europeos la crisis financiera que comenzó en Grecia y amenaza ahora incluso a Francia e Italia. Los líderes alemanes y franceses admitieron este mes que Grecia quizá tenga que abandonar el euro.
Empero, aunque los europeos miraron con reticencia la adopción del euro en 1999, lo defienden ahora a capa y espada.
Su aceptación se debe parcialmente a la percepción de los beneficios económicos que trajo, y en parte por las consecuencias que podría generar su desaparición.
Además de la pequeña empresa, el euro ha facilitado los desplazamientos y la necesidad de cambiar divisas. Además, incrementó el comercio transfronterizo a nivel detallista. Y además, el euro ha conferido a los consumidores y ahorristas europeos un sentido de estabilidad en su moneda, frente a las devaluaciones de antaño.
El vendedor madrileño Francisco Gabanes, de 42 años, resumió la opinión mayoritaria de los españoles: «El euro ha sido bueno para España y no conozco a nadie que eche de menos la situación existente antes de su adopción».
Los sondeos han demostrado un sólido respaldo al euro en los países en los que el derroche financiero o el excesivo endeudamiento ocasionaron la crisis y cuyos habitantes sufren las medidas de austeridad más draconianas.
El apego al euro es igualado por el temor a los efectos desconocidos derivados de dividir la eurozona en una Europa de dos velocidades. Ante la incertidumbre económica, muchos europeos quieren mantener lo que conocen.
«Daría un gran pavor abandonar el euro», dijo Lola Sánchez, una anticuaria de Madrid. «Sería como dar marcha atrás y no creo que nos podamos permitir ese lujo».
Si Grecia u otro miembro de la eurozona decide abandonar el euro o es expulsada por sus socios, el impacto podría ser desastroso. Los economistas temen que el temor hará que los ahorristas se apresurarán a retirar el dinero de sus cuentas, ocasionando corridas a los bancos que podrían desestabilizar las entidades crediticias. Los inversionistas podrían apostar a qué país sería el siguiente en correr la misma suerte y ser expulsado de la eurozona, lo que aceleraría el contagio en un efecto dominó por todo el continente.
En los países más sólidos de la eurozona, Francia y Alemania en particular, las opiniones no son tan incondicionales aunque siguen siendo mayormente positivas.
Un sondeo realizado este mes por la agencia francesa BVA indicó que el 77% se inclina por mantener el euro frente al 21% en contra. Otro sondeo de este mes de la firma Ifop indicó que el 67% de los franceses quieren mantener el euro, en contraste con el 32% que desearía regresar al franco.