Unos fueron actores y otros espectadores, pero de Estados Unidos a la antigua Checoslovaquia, pasando por Canadá, Rusia o México, 1968 significó una revolución interior para los escritores Michael McLure, Paul Auster, Ivan Klima, Margaret Atwood, Natalia Gorbanevskaya u Homero Aridjis.
Una quincena de escritores de los cinco continentes compartieron esta semana sus recuerdos y sus sueños en el decimoctavo Festival de Escritores de Praga, que este año estuvo consagrado a «1968: la risa y el olvido».
«Ese año fue el más determinante de mi vida (…) se produjeron tantas cosas paradójicas en aquella época, en la que las ideas estaban petrificadas en ideologías», recuerda el checo Petr Kral, que se exilió poco después de la intervención de los tanques soviéticos en Praga.
Para la rusa Natalia Gorbanevskaya, el año empezó con el proceso Ginzburg en Moscú, mientras que la griega Katerina Anghelaki-Roorge aún parece sentir los sobresaltos de Atenas frente a la junta de los coroneles y el mexicano Homero Aridjis rememora la sangrienta represión de la Plaza de las Tres Culturas, en su país natal.
De lejos o de cerca, todos respiraron «la formidable utopía» que se desprendió del Barrio Latino de París en mayo de aquel año y todos oyeron también el sordo rumor de los tanques en Praga.
Para Michael McLure, uno de los poetas de la «beat generation», el corazón del mundo latió sobre todo en California, «en esa época tumultuosa del rock»n roll, la droga, la píldora y el sexo».
La canadiense Margaret Atwood -que por aquel entonces escribía su primera novela- considera que 1968 fue «la segunda oleada del movimiento de liberación de la mujer», marcado por la minifalda y los anticonceptivos antes de la gran resaca de los años del sida y de los fundamentalismos religiosos.
Lejos de los temas de la liberación sexual, los escritores checos Ivan Klima, Ludvik Vaculik y Jiri Grusa aún debaten, con el mismo fervor del pasado, para saber si esa Primavera de Praga de 1968 fue un enfrentamiento entre facciones comunistas o un aire precursor de la caída del imperio soviético.
Natalia Gorbanevskaya, que ahora tiene 72 años, nunca se planeó esta cuestión.
«Por cinco minutos de libertad en la Plaza Roja de Moscú estábamos dispuestos a pasar nuestra vida en prisión», recuerda la escritora, que fue internada en un psiquiátrico por haberse manifestado junto con otros seis disidentes ante el Kremlin, el 25 de agosto de 1968, en favor de una Checoslovaquia «libre e independiente».
«Algunos que soñaron un futuro mejor, simplemente renunciaron; otros adoptaron el amargo lema de -quien no se replantea algo, no puede ganar nada», se lamenta el escritor de origen paquistaní Tariq Ali.
A sus 61 años, con la fama internacional con la que soñaba cuando estudiaba en la universidad estadounidense de Columbia, Paul Auster asegura que sigue siendo «el mismo». «Pienso de la misma forma y busco siempre la justicia y la igualdad de una sociedad donde se viva juntos en vez de cada uno por su lado», dice.
Pero Ivan Klima no esconde una cierta nostalgia. «Entonces la cultura tenía un sentido; era la voz más libre que se podía escuchar», subraya.
Para Ludvik Vaculik, además, esto ocurría porque «el enemigo era más fácil de identificar».