Un concierto a la medianoche en un bar de Nueva York no parece ser el lugar más apropiado para impulsar la política exterior de Estados Unidos, hasta que uno escucha a los músicos.
Los «embajadores del Jazz» son un ejército heterogéneo de trompetistas, pianistas, bateristas y bajistas reclutados por Washington para conquistar corazones en lugares donde la imagen de Estados Unidos es deficiente.
Esta semana celebraron el final de su última gira «Rythm Road», un programa preparado en colaboración con el departamento de jazz del Lincoln Center y el departamento de Estado.
Sus itinerarios los llevaron a países como Belarus o Birmania o a Medio Oriente. En América Latina, estuvieron en Paraguay, Colombia, Uruguay, Ecuador, Chile, Nicaragua, Belice, Honduras, El Salvador y Guatemala.
El cuarteto dirigido por el saxofonista Chris Byars tocó además en Siria, Bahrein, y otros países musulmanes. Cuenta que llegó a Oman y se dijo «esta gente probablemente nunca escuchó jazz».
La gira «Rythm Road» comenzó en 2005, pero proviene de un programa que remonta a la guerra fría y que ya había exportado otras leyendas del jazz, incluyendo a Dizzie Gillespie, Benny Goodman, Louis Armstrong y Duke Ellington, para combatir la influencia cultural soviética.
El programa es todo un éxito y hay muchas candidaturas a sumarse a la iniciativa, en alza de 30% para la temporada 2010 con relación a las anteriores.
Los participantes destacan que el jazz no es solo un arte típicamente norteamericano, sino que esta música tiene mucho en común con la diplomacia.
Las orquestas están integradas por tres a cuatro ejecutantes que tocando juntos sin partitura, armonizando o contrapunteando los sonidos, logran una música extraordinaria.
«Se trata de involucrarse y de escuchar, además la improvisación y la coordinación son una ilustración perfecta de la democracia y el diálogo», estima Susan John, directora de las giras de jazz en el Lincoln Center.
Ryan Cohan, cuyo cuarteto recorrió Belarús, Rusia y Ucrania este año, asegura que salas potencialmente hostiles a Estados Unidos son entusiastas.
«La gente siente esos deseos de comunicación de los norteamericanos, que supuestamente se creen los amos del mundo, y los ven con mucha humildad», estimó Cohan, de 38 años. «Eso les da una visión distinta de Estados Unidos».
No todos tocan jazz. Liz Chibucos, de 23 años, fue a Birmania con «Studen Loan», un grupo de música country. «Les dijimos que les traíamos nuestra cultura y que queríamos aprender la de ellos», cuenta. «Es mucho más eficaz que cualquier guerra».
Los músicos admiten que para algunos se trata de una operación de propaganda, pero las reticencias desaparecen no bien comienza la música.
«Cuanto antes comience a tocar, la gente más feliz está», dice Chris Byars, de 38 años.
Relata que en Omán, durante un concierto donde la atmósfera era más bien tensa, hubo un apagón y la sala quedó a oscuras. Eso ayudó en realidad a que el público estuviese más distendido, y los espectadores se pusieron a bailar».
«Era como en un club de jazz, con todas las luces de los teléfonos celulares que se movían, la atmósfera era mágica e increíble», relató Byars.