De 1985 a la fecha el crecimiento promedio del padrón electoral ha aumentado poco más de medio millón de habitantes. Los 2.7 millones de electores que empezamos en ese año, ahora superamos los 5.6 millones. Quedan pocos días para el «cierre» del padrón (el 9 de junio) y así estar habilitado para ejercer el derecho al sufragio y participar en los comicios del próximo 9 de septiembre.
Más allá de las tradicionales divisiones del electorado en cuanto a sexo, edad y lugar de residencia, hay una «fuerza» electoral que pasando inadvertida se ha ido constituyendo en altamente influyente. Los electores ocultos a través de los sondeos de opinión, o sea las encuestas.
Para los estrategas de cada comando de campaña electoral, las encuestas son instrumentos para la toma de decisiones y la necesaria reorientación del rumbo antes trazado. Para los electores que aparecemos en el padrón, en general, son un persuasivo, que influye en cada ocasión en más personas para irse sintiendo ganadores. La balanza es inclinada por medio de la difusión de los sondeos de opinión.
Las encuestas electorales en sociedades cuyos electores están politizados, es decir ciudadanos involucrados en la toma de decisiones nacionales, han recibido reveses. O a veces, la manipulación de otras situaciones que se conjugan para revertir el sondeo publicado, ha sido el punto de partida para fraudulentamente imponer mandatarios. El caso más escandaloso en este contexto fue la forma en la que «ganó» por primera vez la presidencia George W. Bush, en nada menos que los Estados Unidos de América.
Volviendo a nuestro convulso e inercial contexto social y político. Aquí este elector oculto ha ido cobrando una fuerza cada vez más determinante. De hecho los estrategas de los cuatro «punteros» habrán de estar preocupados, pues el rumbo trazado por ellos se está enfrentando a algo que en este espacio de opinión ya hemos señalado con anterioridad. A una apatía creciente de un elector que no se ve reflejado, ni mucho menos estimulado en las promesas de esta monótona y repetitiva campaña electoral.
Un fenómeno adicional que se está dando en la actual campaña proselitista, es que cada vez más candidatos se auspician a sí mismos su divulgación. En varios partidos políticos los vicepresidenciables manejan por sí mismos su propia campaña. Con los colores del partido, con los emblemas de fondo del partido, con las frases del partido, pero al margen de la maquinaria electoral del partido. En esa ausencia de puentes institucionales entre las personas que aspiran a un cargo de elección popular y las organizaciones de derecho público, las encuestas no solo ilustran el parecer del electorado en un momento determinado, sino que a su vez se constituyen en un factor influyente del proselitismo que se vive actualmente.
¿En qué contexto se formulan las interrogantes? ¿Cuáles son las otras preguntas de las que no se publican los índices que arrojan? ¿Quiénes pagan los sondeos «imparciales»? ¿Qué interrogantes son las que reciben mayor énfasis? ¿Quién fiscaliza el proceso de formulación, elaboración e implementación del sondeo? ¿Quién está detrás de cada redacción en las interrogantes propuestas?
Ahí en donde se habla de probidad, de ética, de moral, de principios, de valores, de hacer lo correcto por el bienestar de la colectividad. Ahí en donde se anida, se procesa y se divulga la información. Ahí de donde emanan las publicaciones de los sondeos. ¿Ahí, quién puede escudriña ahí?