En la Escuela de Aplicación No. 1, anexa al Instituto Normal para Varones de la ciudad de Antigua Guatemala –donde cursé mi educación primaria– y que hoy lleva el nombre del ilustre catedrático, don J. Adrián Coronado Polanco, se cultivó –entre otras actividades– la declamación y la oratoria.
Para los actos cívicos y culturales, los alumnos que tenían lucidez en la memoria y dominio artístico en los gestos y demás, llegaron a ser excelentes declamadores, mientras que los que tenían facilidad, soltura, encanto en la expresión de la palabra y modulación en la voz, se distinguieron como elocuentes oradores. Los dos se lucieron en los actos públicos y su actuación fue recibida con aplausos.
Con suficiente antelación, eran preparados por el profesor y en la medida que avanzaban en sus estudios, dominaban y perfeccionaban esos dones. Cuando cursaban el Sexto Grado de Primaria dominaban la declamación y la oratoria. ¡Qué lindos recuerdos guardamos de esa fase, porque al correr de la vida nos ha dado grandes satisfacciones!
Sebastián Castellanos y Guillermo Morán fueron dos excelentes declamadores, preparados por el profesor Luis E. Contreras. El destino les jugó una mala pasada. Por coincidencia los dos fallecieron ahogados en día sábado, previo al domingo último de mayo que se celebraba el Día del Árbol. El primero fue Sebastián en el balneario Tegucigalpa en el municipio de Pastores y al año siguiente, Guillermo Morán en las aguas del Puerto de San José. Los dos debían de declamar el mismo poema y fue tal el mal augurio que desencadenó, que jamás se intentó que un alumno de sexto grado, lo volviera a declamar.
Cursar el Sexto Grado de Primaria era la culminación brillante de la educación primaria. El rigor en los estudios y la capacidad docente del profesor era exigente y distintiva. El Sexto Grado de primaria se le confiaba a los profesores con mayor solidez académica y largos años de experiencia docente. De grata recordación son los profesores Melquíades Faugier, Luis E. Contreras y Octavio Vides. La nuestra lo fue la profesora Mercedes Vides Tóbar (q.e.p.d.) y que más tarde se graduó de Médico y Cirujano con altas notas académicas y en México, se destacó por ser una excelente investigadora.
Cursar el sexto grado de primaria –era también– una moneda con dos caras. En una, la alegría de cursarlo y en la otra la tristeza de la despedida de los compañeros, con quienes se convivió por tantos años, sin saber si un día volverían a encontrarse. Unos continuarían sus estudios en la secundaria y otros serían piezas importantes en la maquinaria laboral. Esa separación producía un dejo de tristeza.
Era costumbre –entonces– que para perpetuar esa convivencia, se tenía un álbum de recuerdos, donde cada quien dejaba un mensaje y su nombre. Se pedía un recuerdo –además– a las alumnas de los sextos grados de otras escuelas primarias. Para hacerlo atractivo, se ilustraba con un paisaje o una flor pintado con tinta china, acuarela o crayón. Al pasar de los años, se revivía el recuerdo de las aventuras o travesuras, vividas durante la niñez.
Uno de los recuerdos de las niñas, que se hizo famoso y común fue éste: “Cuando tengas un gatito, ponle por nombre Mimí. Hálale la cola y acuérdate de mí.”
El otro álbum era el de poesía. Un verdadero parnaso, donde profesores, alumnos y personas mayores escribían un poema de los grandes poetas. Era tan especial este álbum que, aún lejos de las aulas, especialmente las damas, tenían su álbum, delicadamente empastado y con su nombre en letras de oro, conocí varios de ellos. El de mi abuela, donde sus admiradores dejaron bellos poemas que no he vuelto a encontrar y del que rescaté varios de ellos. El de doña Mercedes Marín, delicadamente empastado, con la belleza de una carátula en letras góticas, y una colección de bellos poemas escritos con la elegancia de una caligrafía limpia y legible. Entonces, se cuidaba mucho de la caligrafía y era un distintivo de los viejos escribientes. También el de Martita Palomo Aragón, donde su, entonces enamorado y después esposo, el poeta Augusto Meneses, dejó escritos sus primeros poemas. Famoso es, entre otros, el álbum de poemas de Lord Byron. “Sobre la fría losa de una tumba/ su nombre retiene la mirada de los que pasan./ De igual modo cuando mires esta página/ pueda el mío atraer tus ojos y tu pensamiento.” En su, Acuérdate de mí: “Llora en silencio mi alma solitaria,/ excepto cuando está mi corazón/unido al tuyo en celestial alianza/ de muto respirar y mutuo amor”. Los Álbumes de Poemas eran piezas dignas de delicados anaqueles.
La profesora Mercedes Vides Tobar, nos enseñó a encuadernar y empastar. Así hicimos nuestros dos álbumes, el de Recuerdos y el de Poesía.
La apertura del álbum, se le daba, de preferencia a una enamorada oculta o a una persona mayor muy respetada. El primer poema era de Manuel Flores, Amistad. “Abro mi corazón, de ahí recojo/ la dulce flor de la amistad sincera,/ blanca y perfumada la despojo/ en tu álbum en la página primera.”
A partir de ese poema, desfilaban grandes poetas famosos, con poesías que perduran siempre, por ser piezas inspiradas en el amor, convertidas en joyas salidas del intelecto y de los sentimientos. Solo tomaré el primer verso, para dejar en el lector, ese sabor a miel que lo invite a disfrutarlo completo. O dicho de otra manera, será una gota de ambrosía para que, como los antiguos, vestían sus mejores galas, para leer las grandes joyas literarias. Disfruten de este ramillete. Amado Nervo en su poema, El día que me quieras dice: “El día que me quieras, tendrá más luz que junio/ la noche que me quieras será de plenilunio,/ con notas de Beethoven vibrando en cada rayo/ sus inefables cosas,/ y habrá juntas más rosas/ que todo el mes de mayo.”; de Eduardo D. Aguirre. Velásquez, 1899 (guatemalteco) A…”Mía has de ser, te adoro y es bastante,/ nada puede apartarme de mi empeño,/si he de pasar sobre la tierra, errante,/ has de seguirme porque soy tu dueño.” De otro guatemalteco José Batres Montúfar, es famoso su Yo Pienso en ti: “Yo pienso en ti, con ardoroso empeño/ y siempre fijo en tu divina faz/ yo pronuncio tu nombre cuando sueño/ y lo pronuncio también al despertar.” De Salvador Aguirre, Salvadoreño, Tus Ojos. “Me dicen que tus ojos, tienen ansias/ de verse en otros ojos retratados/ de hablar con el lenguaje de las almas/ el lenguaje de dos enamorados.” Directos a una enamorada, estos poemas cortos: “La irradiación de tu mirada oscura,/fulguraciones de diamante evoca, / y hay una panal de mística dulzura/ en la línea sangrienta de tu boca.” Otro similar: “Cuando tú me miras/ siento una rara sensación que mitiga mis enojos/ y no quisiera que nadie me robara/ la angelical mirada de tus ojos.” De Gustavo Adolfo Bécquer, era infaltable el poema Volverán las oscuras golondrinas: “Volverán las oscuras golondrinas/ en tu balcón sus nidos a colgar, / y otra vez con el ala a tus cristales, jugando llamarán./ Pero aquellas que el vuelo refrenaban/ tu hermosura y mi dicha al contemplar/ aquellas que aprendieron nuestros nombres/ esas no volverán”/ De Miguel Ramos, El Seminarista de los Ojos Negros. “Desde la ventana de un casucho viejo,/ abierto en verano, cerrado en invierno/ por vidrios verdosos y plomos espesos,/ una salmantina de rubio cabello/ y ojos que parecen pedazos de cielo,/ mientras la costura mezcla con el rezo/ ve todas las tardes pasar en silencio/los seminaristas que van de paseo.”/ De la ilustre poetisa mexicana, Sor Juana Inés de la Cruz, este bello soneto: “Esta tarde mi bien, cuando te hablaba,/ como en tu rostro y tus cuencas veía/ que con palabras no te percudía,/ que el corazón me vieres, deseaba.”; De autor anónimo, La Duda: “Tanto quiero creer, que no lo creo,/dicha y tormento de la vida mía,/ veo tu amor tan claro, como el día,/ más lo nubla una cosa que no veo.”/ Olvídame: “Sepulta mi recuerdo en el olvido;/ ¿Qué vuelva amarte?…eso, ¡jamás lo esperes!/ después de haber mi corazón herido/ no debieras decirme que me quieres.” De Manuel de Oteyza, español 1882, este vigoro poema épico Los Vencidos: “Por la estepa solitaria, cual fantasmas vaporosos,/ abatidos, vacilantes, cabizbajos, andrajosos,/ se encaminan lentamente los vencidos a su hogar,/ y al mirar la antigua torre de la ermita de su aldea,/ van el paso retardando, temblorosos de llegar.” La Guerra civil de Víctor Hugo: “La multitud embravecida y fiera cual indómita pantera/ y enronquecida aullaba ¡Muera! ¡Muera”/ ¡Muera el traidor! ¡Perezca el miserable! Tranquilo, grave, inconmovible y fuerte/ despreciando el peligro de la muerte/ con alma recia, cual templado acero, ante la turba dueña de su suerte/ de brazos se cruzaba el prisionero.”/ de Pablo Neruda eran infaltables dos de sus bellos poemas: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente…” o “Puedo esta noche, escribir los versos más tristes de mi vida…escribir por ejemplo…”
Del poeta mexicano Juan de Dios Peza, Post Umbra: “Con letras ya borradas por los años,/ en un papel que el tiempo ha carcomido,/ símbolo de pasados desengaños/ guardo una carta que selló el olvido./ La escribió una mujer joven y bella,/¿Descubriré su nombre? ¡no!, ¡no quiero!/ pues siempre he sido por mi buena estrella,/ para todas las damas, caballero.” Escuchar en la voz de la dilecta declamadora Berta Singerman, el poema Dulce Milagro de Juana de Ibarbouru, era como escuchar un canto de ángeles. “¿Qué es esto? ¡prodigio! Mis manos florecen./ Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen./ Mi amante besome las manos y en ellas,/ ¡oh gracia! brotaron rosas como estrellas./ Y voy por la senda voceando el encanto/ y de la dicha alterno sonrisa con llanto/ y bajo el milagro de su encantamiento/ se aroman de rosas las alas del viento.” Del sacerdote venezolano Carlos Borges, 1875, autor de notables poemas, su famosa Bodas Negras conocida también como Bodas Macabras. No me resisto a contar los primeros versos, sino a transcribirlo completo: “Oye la historia que contome un día/ el viejo enterrador de la comarca:/ era un amante al que por suerte impía/ su dulce bien le arrebató la parca.//Todas las noches iba al cementerio/ a visitar la tumba de su hermosa./La gente murmuraba con misterio:/ “es un muerto escapado de la fosa”.// En una horrenda noche hizo pedazos/ el mármol de la tumba abandonada,/ cavó la tierra y se llevó en sus brazos/ el rígido esqueleto de la amada.// Y allá en la oscuridad más que sombría/ de un cirio fúnebre a la llama incierta,/ sentó a su lado la osamenta fría/ y celebró sus bodas con la muerta.// Ató con cintas los desnudos huesos,/ el yerto cráneo coronó de flores,/ la horrible boca le llenó de besos/ y le contó sonriendo sus amores.// Llevó la novia al tálamo mullido,/ se acostó junto a ella enamorado/ y para siempre se quedó dormido/ al rígido esqueleto abrazado.” De Rodolfo Figueroa, guatemalteco, este bello poema: POR EL ARTE. “¡Cuán hermosa es la muerta! Exuberante/ su desnudez sobre la losa brilla;/ yo la contemplo pálido y jadeante/ y tiembla entre mis manos la cuchilla.// El profesor, que la ocasión bendice/ de poder explicar algo muy bueno,/ a mí se acerca y con placer me dice:/ Hágale usted la amputación del seno.// Yo que siempre guardé por la belleza/ fanatismo de pobre enamorado,/ Perdonadme –le dije con tristeza-,/ pero esa operación se me ha olvidado.// Se burlaron de mí los compañeros;/ ganó una falla mi lección concisa,/ vi en la faz del maestro surcos fieros/ y en la faz de la muerta una sonrisa.”
No podía faltar en el álbum, el poema Nocturno a Rosario de Manuel Acuña, que tanto recitaron los jóvenes y los estudiantes frente a los balcones antigüeños aromados de geranio. “Pues bien, yo necesito/ decirte que te adoro, / decirte que te quiero/ con todo el corazón;/ que es mucho lo que sufro,/ que es mucho lo que lloro,/ que ya no puedo tanto,/ y al grito que te imploro/ te imploro y te hablo en nombre/de mi última ilusión.” Ni él Lo que Yo quiero de Pedro B. Palacios –Almafuerte- “Quiero ser las dos niñas de tus ojos/ las metálicas cuerdas de tu voz,/ el rubor de tu sien cuando meditas/ y el origen tenaz de tu rubor.”
Desfilaban en el álbum, poetas de la talla de: Rafael Alberti, Ramón de Campoamor, Luis Cernuda, Rubén Darío, José de Espronceda, Manuel Gutiérrez Nájera, Antonio Machado, Gabriela Mistral, Carlos Wyld Ospina, Salvador Díaz Mirón, José Santos Chocano, José Martí, Lope de Vega y tantos ilustres más. Al cerrar el álbum, en su última página encontramos de José Ángel Buesa, su poema de la Despedida. “Te digo adiós, y acaso te quiero todavía/ quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós./ No sé si me quisiste…No sé si te quería…/ o tal vez nos quisimos demasiado los dos.”
Desde mi balcón, en las mustias tardes de Otoño o en las nubladas y frías del invierno, vuelvo a abrir mi viejo álbum de poemas, para recordar con nostalgia, los pujantes años de la turbulenta juventud, que tantos lindos y emotivos recuerdos dejó. ¿Quién en esa edad, no buscó a María, a Rosario, a Dulcinea y de pronto truncó sus sueños? Y para que no quedara huella de ese amor, a petición de ella, tuvo que devolver los recuerdos que recibió con tanta ilusión y lo hizo con este poema que encontré, al final, en el álbum de mamá Tona, mi abuela paterna.
RELIQUIAS
Para reliquias, bastan las heridas
que en el alma nos dejan los dolores.
¿Para qué conservar prendas de amores
que atestiguan promesas desmentidas?
Todo pasa, las cosas más queridas
se marchitan del tiempo a los rigores.
¿Por qué no han de morir así las flores
de la amistad y del dolor nacidas?
Para concluir la historia del pasado,
te devuelvo tus cartas, sueño mío,
dos retratos, un rizo perfumado,
un pañuelo y un ramo mustio y frío.
¿Pero tus besos, dime? ¿Te los mando?
¿Lo has pensado? ¿Con quién te los envío?