Los distintos raseros


Editorial_LH

En Guatemala tenemos que aprender a usar un mismo rasero para juzgar todos los actos de corrupción, grandes o pequeños, puesto que demostramos una doble moral cuando nos ofende que robe un “fuerano” mientras que agachamos la cabeza sin chistar cuando el ladrón es alguien de la cúpula, de la mera nata de la sociedad. Latrocinio es latrocinio y todo debe ser condenado de manera enérgica y firme porque no podemos aceptar que los “negocios” realizados por los encopetados, con la asesorí­a de abogados especializados en el extranjero, se vuelvan tolerables mientras que el gavetazo que pellizca cantidades muy inferiores llame a una especie de linchamiento.

 


Los más grandes negocios del paí­s se han hecho de manera sofisticada, enajenando activos, otorgando concesiones, centralizando las adquisiciones del Estado con unas pocas empresas, creando fideicomisos y, en fin, utilizando la más perversa asesorí­a legal para no dejar huella, para “hacer las cosas bien”, de manera que no sea fácil llegar al fondo de la podredumbre y corrupción. Y por supuesto que los abogados que asesoran, los financistas que dirigen las operaciones y los administradores que ejecutan las operaciones, no son advenedizos ni oscuros personajes, sino que se trata de lo más granado dentro de los profesionales del paí­s, muchos con doctorados y maestrí­as y no pocos que han sido profesores de las más caras y prestigiosas universidades guatemaltecas.
 
 Somos de la opinión que todo el que ha robado al erario tiene que pagar por el delito de lesa humanidad que comete cuando le arrebata oportunidades a la gente más pobre para recibir educación, para recibir alimentos, para curar sus enfermedades o para vivir con seguridad. Toda la calaña de ladrones que hemos soportado tendrí­a que sufrir severí­simas penas por lo que hicieron, pero tenemos que ser parejos en este asunto y no dejarnos llevar por nuestro ancestral racismo y clasismo que nos hace ser muy exigentes con unos y muy tolerantes con otros.
 
 Debiera de conformarse en el paí­s una especie de Comisión de la Verdad sobre la Corrupción y que arranque desde las concesiones telefónicas y la venta de Aviateca de Cerezo hasta nuestros dí­as para determinar el comportamiento de cada uno de los gobernantes. Afirmamos que no queda santo parado si se realiza ese ejercicio porque desgraciadamente el poder ha servido para que nos esquilmen y para que, usando diferentes métodos, se vaya sofisticando la corrupción. En este mismo gobierno una cosa fue la corrupción “bien hecha” por los financistas y la corrupción voraz e insaciable pero torpe del desví­o de fondos para promover la figura polí­tica de la mujer del presidente. Pues unos y otros casos tendrí­an que ser juzgados como corresponde porque los dos terminan llorando sangre.

Minutero:
En materia de corrupción 
no puede haber graduación; 
menos permitir que el astuto 
al final se rí­a del bruto