Los diablos bailan en Ecuador


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Miles de diablos salen de los más recónditos rincones de la población de Píllaro en los andes ecuatorianos, pero no para asustar ni cobrar cuentas a los pecadores: aparecen para divertirse entre el 28 de diciembre y el 6 de enero, en lo que se conoce como «La Diablada».

Por GONZALO SOLANO QUITO /Agencia AP

Oleadas de estos seres del inframundo bailan sin cesar en las calles, plazas y chaquiñanes -caminos de montaña- marcando el paso de bandas populares que al ritmo de los tradicionales sanjuanitos provocan la algarabía de los diablos y de miles de turistas, muchos de ellos extranjeros que buscan marcar el compás.

Ni el sol ni los aguaceros detienen el baile, aunque para entrar en calor el alcohol corre generosamente en la zona donde diablos y curiosos también disfrutan de exquisitos manjares, principalmente cerdos en varias presentaciones: fritos o asados, con papas y más alcohol.

Los diablos suelen vestir de rojo y portan espantosas máscaras confeccionadas por cada bailarín que parecen salidas de pesadillas o películas de terror.

Esta fiesta se inició en la década de 1940 entre las familias de Píllaro, 100 kilómetros al sur de Quito, que a fin de año en un necesario alto a sus labores, generalmente agrícolas, se reunían para charlar sobre la vida cotidiana. Las reuniones solían extenderse y los cuentos de diablos y almas en pena no faltaban hacia el final de la noche. Para hacer honor a esas historias los pillareños decidieron organizar las primeras comparsas de tales personajes, que con el pasar de los años se convirtieron en «La Diablada». Son tantos los demonios que cualquier desprevenido puede pensar que ha llegado al infierno.

En la comparsa también tienen protagonismo personajes como las guarichas -mujeres de vida alegre- y capariches o barrenderos. La comparsa más numerosa y ruidosa gana un premio más que nada simbólico, porque el verdadero premio es apoyar una tradición enraizada en la cultura popular.

Entre danzas y comercio la ciudad se traslada a las calles, a las plazas por donde el diablo marca y define su espacio. No importan la lluvia el sol, «La Diablada» se baila, se vive, con diablos niños y diablos viejos, diablos de todos los colores y tamaños que al juntarse evocan un irreverente canto a la vida.