Los detectives nos explican el mundo


Edgar Allan Poe, escritor estadounidense, es el maestro del género negro clásico.

La novela negra de hoy dí­a es la hija ilegí­tima de la novela policí­aca; tienen la misma estructura, sólo que en la novela negra se intenta reflejar todo el bajo mundo y la corruptela de los últimos años

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Sherlock Holmes es el detective literario más famoso.

La novela policí­aca

Era la mitad del siglo XIX, y la humanidad era relativamente buena, comparándola con los tiempos modernos. Aún se preservaba ese código de ética que obligaba hasta a los delincuentes a tener escrúpulos.

Sin embargo, los indicios de que la maldad estaba empezando a apoderarse del mundo. Es cierto, desde que Caí­n mató a Abel, los delitos existen, pero éstos se hací­an, incluso, ante los ojos de Dios, y los motivos eran por simples envidias.

En cambio, avanzado el mundo, Edgar Allan Poe, el genial escritor estadounidense, acaparó la atención con su libro de cuentos «Los crí­menes de la Rue Morgue», el texto fundante de la novela policí­aca, en donde se presenta al detective Auguste Dupin, quien se convirtiera en el paradigma de los protagonistas de la novela policí­aca.

Dupin era inteligente, y a pesar de ello muy astuto. Tení­a una especie de sentidos súper adiestrados, lo que lo convertí­a en una especie de Superman del siglo XIX, ya que era una habilidad sobrenatural.

Además, Dupin era capaz de idear toda la hipótesis del crimen, con sólo ver una pista, ordenando mentalmente todas las evidencias anteriores. Los crí­menes se cometí­an en salones de lujo o en mansiones.

De acuerdo con Thomas Narcejan, en su libro «Una máquina de leer: la novela policí­aca», este subgénero narrativo, se compone, esencialmente, por la intervención de un delincuente, en especí­fico un asesino, que tiene todo previsto. No hay coincidencia ni azar; tampoco deliberación ni arrepentimiento. Lo que hay es una compleja álgebra mental, que lo conduce a crear un crí­men, que está motivado por razones muy elevadas, que rozan en la filosofí­a y la poesí­a, y que pretende, además, inscribir su nombre como el artí­fice del crimen perfecto.

En contraposición, el detective, llámese Dupin o Holmes o cualquier otro, es un tipo frí­o, cerebral y que sabe que el crimen es una fuerza en movimiento que no se detiene. Por experiencia, pero sobre todo por mucha intuición, sabe dónde interceptar esa «fuerza en movimiento», para lograr capturar al criminal, que usualmente es el mayordomo.

Según Narcejan, el encanto de la policí­aca es que se conjugan las dos labores fundamentales del cerebro. El hemisferio izquierdo, el lógico, capaz de leer y realizar operaciones matemáticas, es quien resuelve el crimen. Pero el hemisferio derecho, el creativo y soñador, que se da aires de poeta, es quien comete el crimen y que, en cierta parte, da la pista para resolverlo, porque el detective debe, si quiere ganar el caso, ponerse en los zapatos del «sicópata».

¡Qué lindo serí­a tener detectives y delincuentes así­! Unos astutos y otros poetas. Pero, como sabemos, nuestros delincuentes de hoy dí­a no matan para obtener una millonaria herencia. No. Sino que roban 82 millones del Estado; elaboran una complicada ruta de migración de Irak a Estados Unidos, pasando por Guatemala; roban niños para darlos en adopción, o masacran a grupos de narcos en Zacapa. Y no hay fiscal del Ministerio Público capaz de resolverlo.

El género negro

í‰ste es una extensión de la policí­aca. El género negro nació en Estados Unidos, tal como el primero, pero con enormes y muy gratas diferencias.

En primer lugar, el criminal es un desalmado, que no roba por estatus ni mata por una herencias. No es un aristócrata inteligentes que, de tanto estudiar, se desvió su mentalidad hacia el mal. No. El delincuente es un ser de áreas marginales, que comete delitos porque la vida lo ha conducido a ello. Las estructuras de pobreza de todos los paí­ses no permiten que los subordinados se superen, pero ofrecen la posibilidad y anuncian en la televisión diciendo que ¡Sí­ se puede! ¡Sí­ se puede! Resultado: un tipo pobre que le han vendido la idea de que vive en democracia, lo cual provoca una terrible desestabilización de su psique.

También el detective no es el Sherlock Holmes que tiene espacio para investigar todo lo que quiera en la escena del crimen. En primer lugar, ésta ya está contaminada cuando llegan los investigadores. Tampoco es un tipo refinado, sobrenatural, que olfatea más que los demás. Ni siquiera sabe jugar ajedrez ni tampoco disfruta de brandy.

El detective de la novela negra seguramente recibirá la llamada de un crimen y él estará borracho, de un dí­a anterior que bebió cerveza y se metió algún tipo de droga.

Como ya ha estado en el sistema por muchos años, sabrá que por mucho que capturen al delincuente, sus abogados podrán ser capaces de sacarlo de la cárcel, por lo que ya no creen en la justicia. En consecuencia, si pueden, harán justicia por su propia mano. Es decir, el código de ética se desvaneció. Ese catálogo de buenas costumbres, casi romántico, de Edgar Allan Poe, ya no sirve para nada para los detectives (mucho menos para los delincuentes).

La novela negra actual

La novela negra surge en Estados Unidos tras el perí­odo de la gran recesión, momento en que los gángsters gobernaban y las justicia no tení­a los recursos para combatirlos.

Hoy dí­a, la novela negra ha saltado las barreras estadounidenses y se ha mezclado con otros géneros en otras latitudes, tanto en Europa como en Latinoamérica.

La razón es que la novela negra es una de las formas narrativas favoritas de los escritores de hoy dí­a, ya que les permite tener una buena historia (marcada por la estructura policí­aca) y mezclarla con los problemas sociales de hoy dí­a.

Según Giancarlo De Cataldo, un ex juez italiano que renunció a su carrera judicial y retomó sus archivos para escribir novelas negras, el auge actual de este género se debe a que el periodismo investigativo ya no existe.

El periodismo investigativo de hoy dí­a ya no cuestiona problemas fundamentales que afectan a la sociedad, sino que se basan en descubrir que un congresista compró una casa millonaria o que un funcionario recibió, en una gestión pasada, una fuerte cantidad en efectivo, investigaciones que parecen más fruto de un «soplón» interesado en que se descubra esto, más que de una labor dedicada a la investigación.

Mientras que los graves problemas: el narcotráfico, la coyoterí­a, el sicarismo, los crí­menes contra pilotos de buses, el trasiego de armas y munciones y las conseciones del Estadio Mateo Flores, se quedan en el tintero.

De tal cuenta, han surgido buenos ejemplos de novelas negras que, más que un buen libro para leer cómodamente los fines de semana en la playa, también sirven para despertar conciencias.

De acuerdo con Santiago Gamboa, escritor colombiano de novelas negras, este género ha servido en Italia para descubrir los negocios de la mafia, tan así­ que los mismos escritores necesitan guardespaldas.

En los paí­ses nórdicos, los escritores revelan crí­menes horribles, como pedofilia o esos casos en que los padres secuestran a las hijas. En Estambul, el tráfico de personas.

En Latinoamérica, en donde el escritor se siente comprometido a las causas sociales, también es usual que se denuncien los juegos de poder del gobierno y el narcotráfico, en México. El mercado negro de Cuba. El sicarismo de Colombia.

En Guatemala

En nuestro paí­s, se han tenido pocos ejemplos de la novela negra, aunque esta tendencia va en ascenso. El último ejemplo, publicado en abril de este año, fue la novela «El perro en llamas» de Byron Quiñónez.

En el prólogo de esta obra, Francisco Alejandro Méndez, escritor guatemalteco y uno de los crí­ticos más conocedores de las letras centroamericanas, refiere algunos ejemplos, si no es que todos, de la novela policí­aca / negra en Guatemala.

í‰stas son: «Miculax» de Jorge Godí­nez, «El hombre de Montserrat» de Dante Liano, «El cojo bueno» de Rodrigo Rey Rosa, «La muerte en Si menor» de José Mejí­a, «Cascabel» de Arturo Arias, «The señores of Xiblablá» de Ronald Flores, entre otras.

Tal vez, habrí­a que agregar otras novelas de Rey Rosa, como «Caballeriza», la misma «El perro en llamas» y, aunque no es cien por ciento negra, «The Art of Political Murder: Who killed the Bishop?» de Francisco Goldman.

En este último caso, Goldman investigó por muchos años el crimen de Juan José Gerardi, y cuyos resultados plasma en esa obra. No hay ficción, pero sí­ hay investigación, una de las caracterí­sticas mencionadas más arriba.

En el caso de «Miculax» de Godí­nez, refiere la historia del famoso pedófilo guatemalteco, con el cual inaugura el género en nuestro paí­s.

El caso de Rey Rosa es fundamental, ya que sus novelas han sobrepasado las fronteras guatemaltecas.

¿Por qué es fundamental? Hay una razón que no se ha mencionado, y es que la novela negra sirve, hoy dí­a, para explicar el mundo. Edgar Allan Poe regí­a a sus personajes a un complicado códico ético, el cual no existe ahora. Nuestro comportamiento es otro.

A través de la novela negra, exponemos cuál es nuestro mundo, nuestros problemas; se describen los barrios bajos, es decir, los barrios donde vive la gente, y se deja a un lado las mansiones de la carretera a El Salvador, en donde nada ocurre y pocos viven.

Rey Rosa, por ejemplo, ha logrado explicar la sociedad guatemalteca de posguerra. En «Caballeriza», explica el funcionamiento de los reinados feudales de las fincas, todo gracias a la resolución de la muerte de un caballo. El machismo, el caudillismo, la violencia, la corrupción y la pobreza rural, se describen por un autor que tiene una buena capacidad de observación.

En el caso de «El perro en llamas», de Byron Quiñónez, es una novela que, más que policí­aca, es negra, ya que sus detectives forman parte de la Policí­a Nacional Civil, sin que esto sea tomado peyorativamente.

Los detectives son personas que sienten, frágiles ante el crimen organizado y que no entienden lo que sucede. Se sumergen en un mundo de drogas, rocanrrol malo, graffitis, esoterismo, barrio El Gallito, asesinatos, corrupción, impunidad, etc., es decir, en el verdadero mundo policial de Guatemala, y, por qué no decirlo, en nuestro verdadero mundo.

Las motivaciones de Miculax no son las mismas de ahora. Hoy dí­a, vivimos en mundo, sobre todo en Guatemala, difí­cil de desenmarañar, con delincuentes que salen libres bajo fianza, testaferros que no son capaces de decir dónde están los verdaderos responsables, y cárceles llenas de personas que quieren estar ahí­, porque es más productivo que estar afuera.

¿Qué mundo nos tocó? Le toca a la novela negra describí­rnoslo. Es nuestra única esperanza.