En estos tiempos, cuando con base en el mercado todo se racionaliza y se declara que esas leyes, las de mercado, son las que deben marcar el ritmo de la economía y del comportamiento social, a muchos norteamericanos les cuesta entender el fenómeno de la migración y justamente son aquellos que más detestan las “intromisiones del Estado” los más vociferantes contra quienes emigran en busca de oportunidades económicas para llenar sus necesidades básicas. En los lugares donde más conservadora es la gente, donde más fuerza tiene el Tea Party que busca reducir a la mínima expresión al Estado, es donde más fuerte es la discriminación contra los hispanos.
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Ciertamente quienes viven ilegalmente en Estados Unidos han violado leyes migratorias y se exponen a sanciones por esa situación irregular, pero es impresionante la forma en que se propaga el fenómeno de Arizona y la manera de molestar a los latinoamericanos pobres simplemente por su aspecto y por los trabajos que desempeñan. En ciertas comunidades puede verse todos los días a decenas de carros de trabajo detenidos por la policía local que mantiene una verdadera cacería en contra de los inmigrantes a pesar de resoluciones de la Corte Suprema de Justicia que les prohíben ese tipo de procedimientos basados simplemente en el aspecto de las personas que están siendo molestadas.
Ningún consulado ni los grupos de derechos humanos que protegen a los inmigrantes se preocupan por las réplicas que el fenómeno de Arizona ha tenido en diversos estados donde los policías locales se encargan de hacerle la vida imposible a los inmigrantes.
Afortunadamente el resultado de la elección de esta semana está ya haciendo a los republicanos pensar en la necesidad de una reforma integral del sistema migratorio que pueda ser más compasiva para entender el papel y el drama de la gente que ha tenido que viajar a Estados Unidos por la pobreza de sus propios países donde no pueden encontrar futuro ni siquiera trabajando con toda la fuerza de que son capaces. Hoy en día ya se habla de una posible solución que incluye el endurecimiento de los controles fronterizos para impedir más corrientes migratorias, pero también un trato humano y más sensible a favor de los que ya entraron al país y han contribuido con su trabajo a propiciar una mejor economía.
Pero mientras eso ocurre, sin duda que muchos de los latinos que viven en Estados Unidos de forma irregular van a pasar momentos muy duros en aquellos lugares donde prevalecen acciones de evidente racismo en su contra. Hace algunos días alguien me decía que el problema de la inmigración latina, a diferencia de otras corrientes de diversos lugares, es que se integran poco en la comunidad y no se preocupan muchas veces ni por aprender el idioma. Y ello en parte es consecuencia de que nuestros inmigrantes no llegan a Estados Unidos con la intención de vivir allí para siempre, sino que muchas veces con la intención de ganar algún dinero para regresar a su país. En otras palabras, no viajan con el ánimo de quemar sus naves y emprender una nueva vida, sino que mantienen vivo el deseo de volver a la tierra que les vio nacer y eso marca una enorme diferencia con quienes salen de sus países dispuestos a no volver, a convertirse en parte de la sociedad norteamericana para siempre.
Duele mucho cuando uno ve esa forma arrogante en que los policías de algunas comunidades tratan al inmigrante latino simplemente por su aspecto y más indigna cuando uno habla con gente que apoya esas medidas racistas y al mismo tiempo le están defendiendo los conceptos más radicales de la economía de mercado. Cuando uno les recuerda que el trabajo está también sujeto a esas leyes de mercado cambian de tema porque no les gusta nunca que un tiro les salga por la culata.