Cuesta darnos cuenta o cerramos los ojos con la venda del miedo y del dolor, pero los tenemos aquí y nos aparecen todos los días, a cualquier hora, en cualquier lugar y solamente un pequeño grupo privilegiado constituido por el poder real y los poderes paralelos forman parte de la estructura de la indiferencia hacia la agonía que estamos viviendo desde hace años.
La corrupción que empezó a saber hace cuánto tiempo sigue presente ahora con el cinismo de los diputados que solo trabajan para ella, los magistrados que la veneran cual vellocino de oro, los jueces, los fiscales, los policías, los funcionarios de saco y corbata o faldas y vestidos elegantes con la mano abierta y el puño cerrado para recibir las monedas que Judas apenas unos días antes tomó en sus manos para entregar a Jesucristo, la impunidad la tenemos metida como puñalada en el inquietante saber de que solo sabemos que nada podemos hacer, todos los días son asesinados muchos: niños, mujeres, ancianos, jóvenes, adultos… Y lo peor es que son asesinados también por niños como si estuvieran jugando una chamusca.
En un programa de televisión, el Inspector General del Ministerio de Gobernación, Julio Rivera Clavería, con expresivos ojos dijo que la peor pesadilla generadora de violencia son las maras. Esas mismas que según el diario La Razón de España, mataron en un año a más de mil personas. Las mismas que por órdenes que envían sus jefes que se encuentran en una prisión VIP sin que ningún ejército, policía o presidente mano dura pueda evitar que se les responsabilice de ordenar la muerte de 242 personas. La cárcel es su hogar y su refugio y nuestro valeroso ejército, nuestros encumbrados generales, nuestros valientes policías, nuestros sagaces fiscales, nuestros intachables jueces son avestruces que meten la cabeza en un hoyo para no percibir la tragedia de las maras.
Esas maras asesinas que todos conocemos pero que preferimos hacernos los desentendidos porque ya nos dimos cuenta que, como bien dijo Rivera Clavería, “es el mayor peligro que acecha a Guatemala”. Y lo peor es que ya un niño de 10 años puede matar a sangre fría y una chica de 15 años también y si usted por defenderse le da muerte a una de estas “criaturas” ya se lo llevó la tiznada y lo más seguro es un linchamiento que se ha convertido en la única justicia que está prevaleciendo en Guatemala, quizás porque es la única efectiva.
Y no cabe duda, con justa razón, la mayoría de nosotros le tememos a las maras. A pocas cuadras de mi casa, en los últimos cinco meses han muerto ocho adolescentes (por ajuste de cuentas, dicen), un policía privado, un carnicero que no quiso pagar extorsión y dos pilotos de buses que tampoco lo hicieron. Yo solo oigo pasar las ambulancias y me pregunto ¿A quién y a cuántos matarían hoy en San Gaspar, Santa Rosita, Concepción las Lomas, El Pueblito o Acatán, aldeas donde proliferan pandillas de todo tipo y adonde llega la Policía después de los muertos.
Siempre he insistido en la urgente necesidad de crear una red de inteligencia civil, para lo cual el Mosad (el servicio secreto israelí), podría ayudarnos con algunos cursos muy efectivos o en última instancia sigamos como hasta ahora, donde los buenos no hacemos nada más que clamar por el derecho a la vida como el más sagrado de los derechos humanos, o ser como los tres monos sabios, ni oír, ni hablar, ni ver, aunque los muertos ya no quepan en las calles y en las avenidas o en las casas y los parques… No cabe duda, nos estamos convirtiendo en el país del eterno luto. Ydígoras, un presidente que no estaba en sus cabales, dijo que tenía una mano de “acero inoxidable”, ahora tenemos uno de mano dura…