Los cubanos navegamos entre letras y noticias


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En la alianza entre el periodismo y la literatura hubo también una primera vez. Vienen de tiempos lejanos estas relaciones promiscuas, según los términos del catalán Albert Chillon.

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POR LUIS SEXTO

Pero en cuanto a su origen, lo más seguro entre tantos acercamientos, criterios y datos –que en una reducción culposa los hay hasta para confundir – es aceptar, con  cautela ante lo movedizo,  que el periodismo literario está presente desde el siglo XVIII con ‘El diario del año de la peste’, de Daniel Defoe.

Ese es un reportaje de índole histórica, publicado en 1722, que hoy  llamaríamos literario o narrativo y que se lee como literatura de no-ficción. Pero incluyo entre los antecedentes en nuestra lengua La conquista de la nueva España, de Bernal Díaz del Castillo.

En un momento, cuando aseveré la prominencia del libro del soldado de Hernán Cortés, estimé, con una dosis casi natural de presunción, de que aportaba un dato original. A ningún tratadista o estudioso de esa especialidad consultados por este periodista, le había leído u oído ese  juicio.

Lo aventuré en mi libro ‘Periodismo y literatura’, el arte de las alianzas, cuya primera formulación data de 2002. Dos o tres años después  “descubrí” que Mariano Picón Salas, desde mucho antes, en un libro cuya ficha he perdido,  había  reconocido las formas del  reportaje en el  relato de Díaz del Castillo. El primero, como dije, en nuestro nuevo mundo, como Bartolomé de las Casas inaugura el panfleto en este lado del Atlántico.

Después de los precursores, pasaron, en diversidad sumaria,  el francés Víctor Hugo,  el irlandés James O´Kelly, el norteamericano Mark Twain, el cubano José Martí, y  coetáneamente o años más tarde, escriben agraciados por las aguas contaminadas de la literatura y el periodismo, el mexicano Guillermo Prieto y sus compatriotas Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Luis Gonzaga Urbina, y Carlos Monsivais, Almaguillermo Prieto,  Andrés Henestrosa; el nicaragüense  Rubén Darío, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo; el colombiano Gabriel García Márquez,  los norteamericano John Reed,  Ernest Hemingway,  Norman Mailer, Truman Capote, Tom Wolf, Joan Didion; el polaco Rysiard Kapuscinski; el chileno Pedro Lemebel, y más, más…

Y en Cuba a quiénes podremos nombrar como antecedentes de esta tendencia  que,  como sintetizó Norman Mailer, pretende contar  la novela como historia y la historia como novela.  Hemos de empezar por Martí.  Y aunque la originalidad martiana sea renuente a que ubiquemos al autor de ‘Escenas norteamericanas’  en una escuela o tendencia, qué escribió Martí, en los medios de su época, sino un inimitable periodismo literario. ¿Alguien negará que  ‘El terremoto de Charleston’  sea un reportaje  modélico de la narrativa periodística ligada a la narrativa literaria?

Unas décadas antes, quizás Anselmo Suárez y Romero haya sido, en Cuba, una especie de anticipador de la alianza de la literatura y el periodismo, formaciones estilísticas -de creación la primera; de trabajo informativo, el segundo- que tienden a ligarse por razones de sus afinidades.

Pero me parece ver en ciertos textos de naturaleza periodística del autor de Francisco, una voluntad de trascender la retórica usual y lograr páginas perdurables por la húmeda emotividad del enunciado.

Una vez le otorgué a Suárez y Romero, desde mi poquedad, el título de precursor de la crónica tal como hoy la practicamos. Y ese juicio puede extenderse hacia el periodismo literario, porque la visión de este costumbrista empieza a fijarse en las esencias y cuando describe el paisaje cubano lo pinta de una manera más cálida, más entrañada y personal.

Para mí clasifican en esta tendencia ‘El guardiero’ y ‘Palmares’. Al leerlos uno siente el cambio cualitativo de una prosa de ocasión, hacia un texto conmovedor, vívido, tenso como el lenguaje poético: “Hay una cosa en mi patria que nunca me canso de contemplar…”

Posiblemente, no hayamos reparado en que Manuel de la Cruz, entre tantos méritos, haya logrado con ‘Episodios de la revolución cubana’ y ‘Cromitos cubanos’, la conjunción afortunada de la literatura y lo periodístico. Y también Julián del Casal, con sus crónicas y notas en ‘La Habana Elegante’, ‘El Fígaro’, ‘La Discusión’, ‘El País’ y otros medios habaneros.

El poeta de ‘Nieve’, al igual que Enrique Hernández Miyares, Aniceto Valdivia, Emilio Bobadilla, Enrique Piñeiro, se dobló sobre el papel periódico como una opción de subsistencia. Y fue inevitable que su sensibilidad artística beneficiara al plúmbeo periodismo editorializante del XIX.

Casal no dejó de ser poeta ni cuando reportó la continuación de las obras del canal de Vento. Ni negó al periodista en las prosas incisivas y finas de su polémico e inédito  libro titulado ‘La sociedad de La Habana’, alguno de cuyos capítulos publicó ‘La Habana Elegante’ en 1888: del entonces Capitán General, Sabas Marín, hombre “de frente ancha, surcada de leves arrugas, por donde la calvicie se empieza a abrir paso”,  dijo que, “respecto a su carácter, es altivo, no a la manera de Concha, ese gran vanidoso que nunca se dignó estrechar  la mano de sus inferiores; impetuoso; arbitrario (…) parece que firma sus decretos, no con pluma de acero, sino con la punta de la espada”.

Con la república, el periodismo prosiguió empleando a literatos como colaboradores regulares. Con  tanta asiduidad, que el perfil biobibliográfico de muchos  no puede prescindir del ejercicio en medios de prensa.

Si no vivieron del periodismo, vivieron para el periodismo como vehículo de difusión de la vocación  literaria, ante la carencia o escasez del libro impreso, o como una actitud de servicio social y político. Jorge Mañach entre ellos. Tanto sus ‘Glosas’ en ‘El País’, como sus artículos en ‘Diario de la Marina’, y ‘Bohemia’, y su papel de promoción cultural en la naciente radiodifusión, y más tarde en la TV, definen a Mañach como un periodista consagrado a su faena, a pesar de desequilibrios políticos o de la hiriente ironía que tantos rencores le adjuntaron.

Mérito suyo es también haber dignificado la prosa de los periódicos en esos tiempos de la primera mitad del siglo XX donde, según Miguel Ángel de la Torre -otro escritor vuelto periodista-  proliferaba un espíritu de cobrador de cuentas.

A partir de 1915,  aparte de los últimos nombrados aparecen numerosos  autores. Pablo de la Torriente -fulgor, fuerza, furia del estilo-, modelo conocido, asible en sus dos  textos clásicos del periodismo literario en Cuba: ‘Presidio Modelo’ y ‘Realengo 18’.

Y en su entorno, entre otros que omito, Miguel Ángel Limia, Víctor Muñoz, Rubén Martínez Villena,  Lino Novás Calvo, Raúl Roa, Onelio Jorge Cardoso, Ramón Vasconcelos, Mirta Aguirre, Nicolás Guillén.

Me parece oportuno, sin embargo, insistir en antecesores como Lino Novás Calvo y Onelio Jorge Cardoso. Ambos se caracterizaron por la narrativa breve. Y no parecería un despropósito atribuirles el papel de renovadores del cuento en Cuba,  aunque la crítica demoró 20 años en reconocer la excelencia de la obra de Onelio.

Onelio Jorge Cardoso denunciaba la situación de las clases y capas más dañadas por el capitalismo dependiente de aquella época. Pero era más sugestivo. Con este párrafo concluyo esta aproximación al periodismo literario en Cuba. Ojalá que la prensa pueda adoptar este segmento como su norma principal: “Vamos a la Laguna de la Leche en Morón. Nos lleva Jesús Alfaro, pequeño, enteco, descalzo y humilde; con su viejo barco que se parece a él no sé por qué razones. Quizás porque el hombre está lastimado  por los mil trajines de muchos días iguales sobre su vida, y el barco por las cargas distintas que lleva todos los días iguales”…