Los crí­menes de Mario Cordero


Agradezco a Mario Cordero el espacio dedicado a comentar mi libro Los crí­menes de Cerro Quemado (La Hora, sección Cultura, columna Prohibido ningunear, página 21, 28 de marzo de 2008). Sin embargo, no puedo quedarme callado ante lo que considero una serie de injusticias cometidas contra mi persona y contra mi obra, pues entiendo que el ejercicio del criterio -la crí­tica? demanda seriedad aunque no necesariamente un conocimiento erudito de la materia expuesta a nuestro juicio crí­tico.

Godo de Medeiros, Guatemala, C.A.

Primer crimen: una obra sin editorial. Al pie de la portada de mi libro, que Mario utiliza como ilustración de su texto, aparece el sello VozUrbana, que si bien no es Planeta ni Alfaguara es una editorial modesta que fundé a base de coraje y determinación más que de dinero (menos mal que está «Prohibido ningunear»).

Segundo crimen: estoy alejado de la realidad guatemalteca y «extranjerizado». Los nombres de mis personajes, ciertamente, no son comunes a la Ciudad de Guatemala y casi que digamos ni al paí­s, pero tampoco son ajenos: Lucio, Celestina (no Celestino como escribe Mario), Asdrúbal, Venancio, Jerónimo (el actual Ministro de Cultura y Deportes se llama así­, por cierto), Marcial, Bayardo, Jacinto. Pero, ¿no puede acaso un escritor utilizar la imaginación y la creatividad para construir ficciones? ¿Qué hechos que se mencionan en mi libro son ajenos a la realidad guatemalteca? ¿El no utilizar, por ejemplo, nombres de los departamentos de Guatemala como Santa Rosa y Jutiapa (ámbitos reales en los que se basan mis ficciones) me hace un «extranjerizado»?

Tercer crimen: intento manejar el suspenso. No «intento manejar el suspenso». Lo que hago es escribir relatos respetando las leyes que rigen cualquier obra narrativa y en toda obra narrativa, Mario deberí­a de saberlo, hay elementos que, como el suspenso, forman parte de la atmósfera.

Cuarto crimen: deja varios cabos sueltos. Sólo quien no haya leí­do bien los cuentos puede afirmar esto con tanta irresponsabilidad. Si algo caracteriza mis relatos es justamente el lenguaje directo y la brevedad. No desperdicio tiempo ni espacio en cosas inútiles. En todo caso, Mario, es más honesto y justo señalar cuáles son y en dónde se hallan.

Quinto crimen: faltó un buen trabajo de edición. Este insulto es grave, pues dice Mario que «faltó una persona con oficio que lograra pulir esos vací­os» (se refiere a los «cabos sueltos»). De nuevo le recuerdo que lo honesto y lo justo es obrar con ejemplos.

Sexto crimen: es notoria la falta de una editorial. A las pruebas me remito. Dice Mario que la diagramación está muy espaciada (sic) y que se repite la construcción de los cuentos, los motivos, la temática y que eso provoca cansancio en el lector. Cansancio ha sentido él y lo comprendo porque le resultará difí­cil leer más de 80 páginas. Luego dice que al libro le falta mucho cuidado en la redacción, la edición y la producción. ¿Qué criterios utiliza para decir esto? ¿No serí­a más honesto decir: «a mí­ no me gusta el libro y punto»? Porque decir estas cosas sin argumentación sólida y con ejemplos fehacientes me parece irresponsable, deshonesto e injusto.

Séptimo crimen: los escritores necesitamos aval de una editorial. Semejante afirmación no sólo es irresponsable sino además otro ejemplo de los insultos que Mario me inflige sin haber leí­do ni mucho menos comprendido mi libro de menos de 100 páginas. Agrega que el aval de una editorial otorga prestigio. Pero ni el Ministro de Cultura y Deportes habrí­a dicho esto. Yo creo que los escritores no necesitamos ningún aval de nadie y que el prestigio se lo ganan las obras. ¿Acaso la editorial Oveja Negra le dio prestigio a Gabriel Garcí­a Márquez o le enseñó a escribir o le dictó Cien años de soledad?

Y concluyo aquí­ con la lista de crí­menes capitales, amén de que su texto está atiborrado de errores e incongruencias, comenzando con el titular que dice «Los crí­menes del Cerro Quemado» cuando el tí­tulo correcto de la obra es Los crí­menes de Cerro Quemado. Eso está como si escribiésemos Hombres del maí­z para referirnos a la gran novela de Miguel Angel Asturias.