Los correos difamatorios como elementos de campañas negras


A principios de la campaña de proselitismo electoral, que arrancó antes de que fuera legalmente autorizada, comencé a recibir algunos mensajes en mi buzón electrónico que inicialmente los tomé como una forma de burlarse irónicamente de varios de los candidatos presidenciales, porque algunos de esos correos fueron redactados con algo de ingenio, lo que me provocaba aisladas sonrisas.

Eduardo Villatoro

Sin embargo, cuando recibí­ otros correos que se convirtieron en mensajes difamatorios, con textos soeces e imágenes vulgares, no sólo dejé de abrirlos sino que los eliminé de mi archivo y, claro ésta, ya no los reenvié, sobre todo porque no sólo se difamaba a los presidenciables, sino que se hací­an referencias calumniosas de familiares y colaboradores suyos.

Varios de esos correos señalaban los supuestos ví­nculos extramaritales de uno de los candidatos presidenciales con su más cercana asistente, poniendo en entredicho a la esposa del aspirante presidencial, porque se afirmaba que ella toleraba displicentemente esa relación adúltera, en tanto que otros mensajes, los más numerosos, se encargaban de insultar y difamar a la esposa de otro pretendiente a suceder al buenazo de don í“scar Berger, con textos insolentes e imágenes grotescas.

Cuando se agotó mi paciencia fue el dí­a que recibí­ un mensaje de esta ralea, ensañándose contra la esposa del presidenciable ílvaro Colom -a quien no conozco personalmente, pero quien merece mi respeto por su calidad de mujer y madre-, que me envió un amigo a quien aprecio mucho, tanto por su calidad humana como por su categorí­a académica.

Le respondí­ y con amabilidad le reproché que él se convirtiese en un eslabón más de esa cadena de improperios que está convirtiendo el quehacer polí­tico, ya de por sí­ demeritado, en una actividad propia de delincuentes, por lo que le exhortaba a se abstuviera de seguir reenviando mensajes llenos de patanerí­as. Presumo que comprendió mi sana intención porque ya no volví­ a recibir, de parte de este mi entrañable amigo, esa clase de correos, aunque prosiguió enviándome mensajes de otra naturaleza

La semana anterior recibí­ otro correo que con sólo leer el tí­tulo fue suficiente para que optara por eliminarlo, porque asevera «Colom vinculado al asesinato de Mario Pivaral diputado de la UNE» (sic), posiblemente utilizando argumentos que no tienen ninguna sustentación, porque, de ser así­, los parientes del difunto legislador ya habrí­an planteado la denuncia ante las autoridades respectivas, exigiendo que previamente el polí­tico fuera despojado de la inmunidad que le concede su calidad de candidato.

No conozco personalmente a la persona que me envió ese mensaje, pero nos hemos hecho amigos cibernéticos después de años de intercambiar correos, y luego de que me enteré que a causa del legí­timo ejercicio de sus derechos laborales, desempeñándose como Secretario General de un sindicato de trabajadores portuarios, se vio obligado a salir exiliado, radicándose en un paí­s del norte.

Como presumo que ese mensaje pretende ganar adeptos para el candidato presidencial del Partido Patriota, el general Otto Pérez Molina, al responderle a ese guatemalteco alejado forzosamente de su patria, le dije que me extrañaba, en primer lugar, que él se convirtiera en cómplice, probablemente involuntario, de los que, encubiertos en el anonimato, dan rienda suelta a su desenfrenado odio, y que me asombraba que habiendo sido sindicalista se pusiera al lado de un General del Ejército cuyos antecedentes militares durante la guerra interna, no garantizan en su hipotético gobierno el respeto a los derechos humanos ni el funcionamiento de sindicatos en instituciones del Estado.

Pero aunque no fuera así­, que yo estuviera equivocado en mis apreciaciones, no es digno de ningún guatemalteco reenviar mensajes electrónicos anónimos que denigran a tercera personas, independientemente del bando polí­tico al que pertenezcan y al margen de las simpatí­as hacia uno u otro de los dos candidatos presidenciales que participarán en la segunda vuelta.

Si exigimos honestidad de los polí­ticos, los que no militamos en organizaciones de esa í­ndole debemos ser los primeros en rechazar las campañas negras, y una forma de hacerlo es no reenviar correos de origen desconocido y salpicados de improperios, mientras que los dos candidatos deben exigir a sus equipos de campaña y a sus simpatizantes que desistan de enviar mensajes difamatorios.

(El activista Romualdo le comenta maliciosamente a cierto polí­tico: -Como que su esposa sale con otro hombre? El marido replica: -No; es el mismo, al grado de que casi ya es como de la familia).