Uno no puede evitar que entre los amigos se cuele un, digamos, Judas Iscariote. Es imposible impedirlo, no considerar la posibilidad es absurdo, más aún cuando se es importante y la masa adulatoria se junta por montón. Los traidores siempre estarán ahí, esperando como buitres, sin importar si el círculo es de doce, siete o simplemente uno. El caso es que el beso traidor tarde o temprano se asoma y la decepción se torna ineludible en la vida humana.
Evidentemente es «normal», como le pasó a Jesús, que de doce sea uno el «mentiroso». Las cuentas no salen mal del todo y es comprensible que entre los cuates salga alguno fallado. Lo raro sería que entre doce sean cuatro o cinco los dispuestos a enterrar el puñal por la espalda. Los cristianos habrían reconocido en Jesús a un líder muy tonto si no hubiera tenido un olfato decente para la elección de sus amigos.
Todo lo contrario de lo que le ha pasado a ílvaro Colom que, por lo visto, no tiene amigos. Fíjese en la trayectoria de sus cuates. Primero fue aquel su íntimo Rolando Morales. í‰ste demostró que nunca tuvo una pizca de afecto hacia el actual Presidente y, cuando pudo, echó pestes, sapos y culebras. La famosa amistad terminó mal y no sería raro que en la actualidad no puedan ni verse.
Luego vino el maestro de la ingenuidad, la trampa o todas las cosas a la vez, Eduardo Meyer. Dicen que el ex Presidente del Congreso era el asesor personal de don ílvaro Colom y que éste le tenía una confianza casi infinita (del tamaño a la que le tiene a su actual esposa, doña Sandra). Tanto era su afecto que no dudó en bendecirlo para que condujera el Legislativo. Pero, mire, otra vez al hombre le salió el tiro por donde no se debe y volvió a morder el polvo. Otra pérdida más de amigos cercanos y de confianza.
El último caso sonado de amistades perdidas es el de Carlos Quintanilla, su amigo ultra, híper y súper especial, encargado de la seguridad presidencial. El amigo con quien partió el pan, comió chuchitos y bebió atol. La traición debe haberle dolido porque dicen las malas lenguas que era prácticamente su mano derecha (o izquierda, según sea el caso). Imagínese usted cuántos secretos sabrá Quintanilla de su amigo de antaño -más allá de los que escuchó a escondidas, lujuriosamente en su habitación, junto a otros-. Esta traición sí que tiene que Todo esto puede llevar a la conclusión que don ílvaro Colom, nuestro Presidente, más allá de sus cualidades para manejar números, recordar nombres y tener una sensibilidad especial para los más desfavorecidos, tiene un handicap notorio y evidente: es incapaz de escoger buenos amigos. Es terrible su situación porque así como va nada impide pensar que morirá sólo en su habitación, sin más compañía que, tal vez y con suerte, el maestro Cirilo. Ya verá cómo los demás cuates (y amores) se irán yendo, sólo es cuestión de tiempo.