Los ambiciosos artistas del Colectivo Uno


Juan B. Juárez

Al inicio de una carrera artí­stica la pregunta de Heidegger sobre si es el artista el que crea la obra o bien es la obra la que hace al artista pone las cosas en la perspectiva correcta. En efecto, el simple talento no significa nada si no está orientado hacia la obra. La obra, en la perspectiva de un novel artista, son aquellas vagas y a veces angustiantes intuiciones de contenidos y formas consecuentes de expresión y comunicación de lo que se quiere hacer, de lo que se debe hacer, que precisamente por vagas, confusas y angustiantes exigen al artista todo el esfuerzo técnico, imaginativo, conceptual y ético para llevarlas en cada intento creativo a aproximaciones formales, conceptuales y materiales cada vez más convincentes hasta lograr su expresión más fiel, inequí­voca y conmovedora. Así­, pues, es la obra la que llama al talento del joven artista, pidiéndole desarrollos cada vez más precisos, profundos y exigentes.


Fabiola Aguirre, Jonathan Ardón, Aristóteles Boror, Axel Meza, Jorge Rodrí­guez y José Castillo han recibido el llamado de la obra, y cada quien desde su peculiar sensibilidad responde con desarrollos técnicos, materiales e imaginativos que le dan dirección a su talento natural y significado a su hacer artí­stico. Desde ya, la fidelidad de cada uno de ellos a la obra que los llama les señala un camino original a la vez que los libra de la ostentación gratuita de las simples habilidades técnicas.

Aceptar el llamado de la obra y sus exigencias implacables no es una decisión fácil, sobre todo en una sociedad que ve con desconfianza los afanes, como los artí­sticos, que no llevan recompensas económicas inmediatas. De manera, pues, que no es casual que estos jóvenes artistas conformen al inicio de sus carreras un colectivo de solidaridad creativa -el Colectivo Punto? para salvaguardar su trabajo de la marginalidad a la que con frecuencia se condena a las expresiones artí­sticas más legí­timas. Por otro lado, cada uno de ellos, queriendo estar a la altura de lo que exige la obra, continúa cultivando con seriedad su formación, su sensibilidad y su cultura artí­sticas, ahora ya a nivel superior, cinco en las aulas y talleres de la Escuela Superior de Arte de la Universidad de San Carlos, de reciente formación, y uno en la Facultad de Arquitectura, de la que ya egresó, lo que demuestra que el Colectivo Punto no es un grupo cerrado a las posibilidades y desafí­os que plantea el mundo actual sino abierto a todo aquello que propicie el desarrollo consecuente de su obra, entendida ahora como una respuesta coherente y reflexiva.

Situados en un punto que les permite aprovechar tanto los tesoros de la tradición como las posibilidades que abre la prodigiosa tecnologí­a de la actualidad, tampoco es casual que todos provengan de un medio urbano que, hoy por hoy, tiene un carácter más bien hostil. La ciudad de Guatemala ya no es el paradisí­aco lugar que los mayores recuerdan con nostalgia; hoy es una jungla densa y peligrosa que amenaza a sus habitantes de mil maneras diferentes. Desde la delincuencia más cruda hasta la publicidad más sutil vulneran la integridad fí­sica y espiritual de los capitalinos y crean fisuras y desgarramientos en el tejido social y cultural de la caótica urbe.

Ese medio social y cultural urbano que comparten los miembros del Colectivo Uno explica en parte la temática que abordan cada uno desde su particular sensibilidad. Así­, Fabiola Aguirre pareciera querer recrear en pocos trazos el perfil fugitivo de un transeúnte casual, de conjurar con el vertiginoso y exacto gesto creativo la mirada agresiva que la confronta desde un rostro anónimo, desfigurado por emociones intensas y contradictorias. Jonathan Ardón, por el contrario, con un delicado y laborioso dibujo académico pone interrogantes angustiosas en los rostros y en los gestos de sus personajes reflexivos y respuestas misteriosas en los sí­mbolos serenos; textos igualmente delicados en su caligrafí­a y su contenido, y tejidos laboriosos remarcan «el decir» de sus reposadas imágenes.

Para Axel Meza lo que plantea la vida en una ciudad en trance de deshumanización ya no se concentra en la agresión de una mirada anónima ni en la incertidumbre que generan los rostros y los gestos; en sus acuarelas toda la urbe se muestra como siniestra, con una frágil arquitectura edificada por la miseria y carcomida por el temor, que colapsa opresivamente sobre los espacios de la interioridad; precisamente sobre esos espacios de interioridad que la obra Aristóteles Boror, por el contario, trata de resguardar ocultándola tras un juego de ilusionista virtuoso. Se trata, en su pintura, de una interioridad cálida que se ofrece con temerosa reserva, minúscula entre los grandes espacios frí­os y vací­os que, como abismos sin otra orilla, la aí­slan de todo contacto, pero poderosa e irresistible sobre el fondo uniforme que anula toda personalidad y toda posibilidad de comunicación.

Quizás los hilos conductores de la obra de José Castillo, pintor y fotógrafo, sea la sensualidad y la ironí­a. A partir de un paisaje, casi dirí­a de un anti-paisaje, de un realismo crudo y sin nostalgia, su obra pictórica ha derivado hacia la abstracción en la que el color, como materia y como vibración sensual, tiene todo el protagonismo; un destino paralelo acompaña a su fotografí­a, que va de la intimidad del claroscuro a la explosión del color, del desnudo descriptivo y sugerente a la transformación del cuerpo en paisaje alucinante del desierto.

Jorge Rodrí­guez es sin duda un artista romántico que extrae del contexto real imágenes hiperrealistas de instrumentos musicales y los sitúa en una perspectiva que permite apreciar no sólo su noble materialidad sino sobre todo su compleja estructura constructiva en cuyos entresijos se gesta misteriosamente una expresión espiritual.

El espectáculo del entusiasmo y el talento, del esfuerzo y el compromiso y sobre todo de los hallazgos expresivos que se observa en esta muestra inaugural del Colectivo Punto nos comprueba dos cosas. La primera, el promisorio futuro de estos jóvenes artistas; la segunda, que el buen trabajo artí­stico abre siempre nuevos espacios tanto en el aprecio del público como en las instituciones de mentalidad más avanzada, como el caso de la galerí­a Caos, que tan valientemente los acoge.