Los actores en cualquier diálogo nacional


La invitación que hizo el Presidente electo a los sectores sociales para participar en un gran esfuerzo de diálogo nacional que nos permita fijar la agenda del futuro a mediano plazo, por lo menos, es congruente con lo que ha venido exponiendo el ingeniero Colom desde que se produjo la elección en segunda vuelta, pero amerita algunas consideraciones para entender por qué en el pasado esfuerzos similares han tenido resultados tan pobres. No se trata de augurar el fracaso del diálogo, sino entender las razones de anteriores fallas para no cometer los mismos errores.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Personalmente creo que hay dos causas del fracaso de todos los esfuerzos porque son fenómenos vistos una y otra vez. En primer lugar, la autoridad que convoca lo hace con la intención de lograr consenso y respaldo para su propia y particular visión, lo que hace que el diálogo se plantee como la oportunidad para validar las acciones de gobierno y por lo tanto pierde su verdadera naturaleza y se convierte en un ejercicio de negociación en el que se recurre a satisfacer intereses sectoriales a cambio de un supuesto respaldo a la propuesta gubernamental.

Y ello es posible, sobre todo, por la otra razón que históricamente ha hecho fracasar los acuerdos. Y es que los grupos sociales que participan son, por lo general, usurpadores de la representación sectorial. Todos sabemos que en Guatemala no disponemos de una organización social efectiva, en parte porque como sociedad hemos sido reacios a organizarnos y en parte porque durante el conflicto armado se eliminó todo vestigio de auténtica organización y se fomentó la creación de representaciones ficticias y cupulares, incapaces de mantener comunicación con la supuesta base de cada movimiento.

Los acuerdos a que se llega entre autoridades y esos «representantes sectoriales» nunca se traducen en acuerdos nacionales porque los representantes no representan a nadie. Y lo mismo que vale para los grupos sindicales puede decirse de los grupos empresariales, puesto que ni uno ni otros (y a ellos podemos seguir sumando a los distintos sectores) actúan en realidad en nombre de toda la base social, sino que lo hacen en busca de promover sus propios y particulares intereses. Baste ver cómo de cada diálogo hay, como resultado directo, que varios de los participantes logran algún hueso público, un puesto en el gobierno, para entender qué es lo que realmente se está negociando. Y eso es lo más visible, pero también hay otro tipo de privilegios que se trafican en el curso de esos diálogos y cuya existencia nunca es conocida por la población, ni siquiera por los supuestamente representados.

Obviamente no podemos caer en un asambleí­smo al estilo de la democracia griega para asegurar la plena participación de todos los ciudadanos, pero sí­ es importante que el Gobierno no caiga en la tentación de comprar la conciencia de los representantes sectoriales para seguir corrompiendo esa forma de raquí­tica representación. Y que se informe de manera consistente y regular a la población de los temas discutidos y de los acuerdos alcanzados, para que no haya sorpresas y para evitar la negociación de acuerdos bajo la mesa que terminan siendo espurios porque en el fondo no hacen sino asegurar ventajas para los que se autonombran representantes. Un diálogo medio secreto, cuyo contenido no se traslada a la población, tiene garantizada la ruta al fracaso.