Ciertamente abusos deshonestos ocurren con mucha más frecuencia de la que uno pueda imaginar y muchas veces en el mismo entorno de la familia, pero eso no significa que los casos de pedofilia entre los sacerdotes no adquieran una proporción de enorme gravedad cabalmente por la autoridad moral que los religiosos ejercen sobre sus víctimas. La Iglesia católica ha reaccionado al fin endureciendo las normas para sancionar ese tipo de comportamientos y aunque lo ha hecho en forma tardía tras encubrir a los agresores durante muchos años, acaso en un erróneo espíritu de cuerpo, por lo menos el anuncio de cero tolerancia es alentador porque los pederastas no se sentirán cubiertos por la jerarquía.
Se trata de un tema espinoso que muchos aprovechan ciertamente para atacar a la Iglesia, pero no se puede negar que las autoridades eclesiásticas no manejaron con propiedad ese tipo de crímenes a lo largo de muchos años y que al encubrirlos para defender a la institución, terminaron haciendo un daño enorme porque montaron su propio aparato de impunidad que alentó a otros religiosos a cometer abusos. La pública discusión del tema, doloroso en efecto, ha servido para que por primera vez el Vaticano, en voz del actual Pontífice, proclame esa tolerancia cero y la necesidad de sacar la basura de la Iglesia. En otras palabras, de no haber mediado el debate público a partir de la información sobre los aberrantes casos ocurridos en todo el mundo, seguramente que seguiríamos con la misma actitud de ocultar los abusos deshonestos para no dañar a la Iglesia como institución, sin entender que el daño no lo causa la publicación de la noticia, sino el abuso cometido por los sacerdotes. Es éste un ejemplo de cómo la verdad, por dolorosa que sea, tiene que ventilarse abiertamente porque únicamente así se pueden adoptar actitudes edificantes ante la vida. Nadie niega que se trata de dolorosos momentos ni se oculta el trago amargo que tiene que ser para los miles de sacerdotes que ejercen su ministerio con honestidad y respeto a los fieles el que en algunos lugares se pueda generalizar haciendo daño a la totalidad del clero, pero indudablemente que el mundo será mejor cuando los religiosos estén absolutamente convencidos de que no serán protegidos por sus superiores si cometen abusos dañando a personas inocentes. En estos días de reflexión es bueno pensar en el error cometido al generalizar acusaciones y señalamientos contra todos los religiosos, pero también es importante admitir el error grave al no saber manejar la situación porque el ocultamiento permitió que miles de víctimas adicionales sufrieran de abusos.