Ayer el Juzgado de Instancia Penal sentó un precedente de gran importancia para el país, puesto que mediante un oficio al Fiscal General da instrucciones de cómo debe procederse en el caso del desfalco de 82 millones al Congreso de la República, recomendando el cambio del fiscal a cargo del caso por la deficiente investigación realizada hasta hoy. Resulta que ese fiscal es nada más y nada menos que el jefe de la fiscalía contra la corrupción, lo que sirve para explicar por qué es que en nuestro país nunca avanzan los casos de corrupción tan generalizados.
Los guatemaltecos olvidamos muy fácilmente los grandes problemas, quizás porque ya nos acostumbramos que cada escándalo dura poco porque en períodos muy breves surge otro que lo sustituye y capta la atención de la gente. Y no tenemos capacidad para permanecer enfocados en tanto clavo que se vive en el país y los pícaros ya saben que los peores casos no duran más de un par de semanas en el candelero porque ya vendrá otro caso paradigmático que se encarga de desplazarlo de las páginas de los diarios.
De esa cuenta hemos visto que los largos se embolsan el dinero de los clientes de los bancos sin que nadie pague las consecuencias y de pronto nos avisan que en el caso de uno de los bancos piden que se cierre el caso porque los fiscales no encontraron delito qué perseguir, no obstante las enormes pérdidas asumidas por los ahorrantes y por el Estado que se vio obligado a cubrir el desfalco.
El escandaloso robo de los 82 millones de quetzales del Congreso ha sido también objeto de ese desinterés ciudadano, al punto de que los dos diputados enlodados hasta el pescuezo siguen cobrando tranquilamente su sueldo de diputados y entorpeciendo el proceso en su contra. Y lo vemos como lo más normal del mundo, aun sabiendo que el único detenido, el dueño de MDF, saldrá dentro de unos pocos años de la cárcel para gozar de la parte que le tocó en el negocio y que no es nada despreciable. Buen negocio pasar un par de años en prisión a cambio de una fortuna de varios millones.
Es crucial que entendamos como ciudadanos que no podemos seguir siendo tan tolerantes, complacientes e indiferentes ante la corrupción que saquea el erario. No podemos seguir esperando cuál es el próximo escándalo que acaparará nuestra atención, porque ese nuevo clavo también será apenas flor de un día. Un país no se construye con la indiferencia de sus ciudadanos, sino con la participación constante, preocupada y comprometida, para edificar un sistema de legalidad que acabe la impunidad.