El día sábado me tocó acompañar a mi sobrina, una de las tantas fanáticas de Justin Bieber, al concierto que el canadiense ofreció en el país y en el que se pudo reflejar mucho de lo que somos como sociedad, estimando válido plantearnos la pregunta con la que se titula esta columna.
Resulta que en el mencionado concierto, la gente optó literalmente por romper filas en una de las secciones de gramilla que eran numeradas y con asiento asignado, y decidió irrespetar el orden de éstas, tal y como en teoría habían dispuesto los organizadores.
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Aprovechando la falta de organización y seguridad, a muchas personas que estaban en la última fila de la sección simplemente les bastó romper el marchamo con el que se unían las sillas plásticas, tomarlas y llevarlas hasta la parte de enfrente de la localidad. Una señora que llegó tarde y que ya no tenía silla, se la quitó a otra que estaba con sus dos hijas, y cuando ésta última la persiguió reclamándole que una de sus hijas se quedaba sin silla, la “usurpadora” se limitó a decirle: “Ay señora, pero si aquí nadie respeta nada, así que mejor ya no me diga más”.
A buena parte del público no le bastó con haber roto el orden y no solo llevaron su silla a donde se les dio la roncada gana, sino que además usaron sillas de otras personas que habían pagado para poder “edificar” un lugar más alto y de esa manera tener un sitio privilegiado para ver al artista. Hasta la gente que se quejaba de la desfachatez de quienes abusivamente rompieron el orden tenían sillas, una encima de la otra, para asegurarles un buen lugar a sus hijos.
Y eso representa mucho de nuestro país porque se evidencia la tónica de unos pocos que optan por sacar ventaja de un sistema en el que pueden usar cualquier medio para lograr el fin deseado. “Es que debemos ver lo más cerca que se pueda a Justin Bieber”, dijo una señora que fue cuestionada de por qué estaba hasta enfrente con una silla de la antepenúltima fila de la sección.
Y así como ella, piensan los financistas de campaña que invierten millones para luego ser amos y señores de este país, los contratistas que “tienen” que dar mordida para que les den la licencia estatal o para que les asignen el negocio porque si no, se lo dan a alguien más; los que utilizan el sistema de justicia como una herramienta de impunidad, los delincuentes que en lugar de trabajar optan por martirizar a los hombres y mujeres honrados. Pero no se crea que son los únicos porque la cultura del irrespeto a las leyes es muy amplia y de eso casi nadie se escapa en esta sociedad.
Bieber, antes de irse dejó un video en el que decía que había presenciado la situación de 10 personas que vivían en una pocilga, que no tenían nada, ni agua, comida, no digamos educación pero con esa actitud de total irreverencia hacía lo que es correcto, ¿cómo vamos a poder pensar en una Guatemala diferente a esa que vio el cantante, si en lugar de convertirnos en agentes de cambio, terminamos mutando para vivir en medio de esta vorágine?
Mi bisabuelo decía que Dios quiere mártires y no babosos, y pensar ahora ser Quijote es tonto porque una golondrina no hace verano, pero si nos diéramos a la tarea de hacer conciencia constante en la gente de que, primero, no podemos acomodarnos y, segundo, que debemos luchar juntos contra un sistema perverso que se alimenta por la falta de ética, moral y principios de muchos de los miembros de la sociedad, podemos ver luz al final del túnel.
Las redes sociales son un escape para mucha gente, pero fuera de eso, ser pícaro en Guatemala resulta ser rentable porque no hay mayor condena social y no digamos legal, ya que con los suficientes contactos y/o dinero se pueden utilizar los tentáculos del sistema.
Es momento de replantearnos nuestro papel social y empezar a tejer consensos mínimos (con nuestra familia, nuestros amigos y compañeros de trabajo) para cambiar esta realidad; no creamos que para eso debemos formar un partido político, solo debemos ser consecuentes en nuestro actuar. De usted y de mí depende enderezar el rumbo de este país.