Lo relevante de la paz con la guerrilla


Santiago Villanueva Gudiel

A DIEZ Aí‘OS DEL 29 DE DICIEMBRE DE 1996, cuando se firmó oficialmente la paz con la guerrilla, por el entonces presidente de la República y hoy alcalde capitalino, don íLVARO ARZíš IRIGOYEN, el pasado jueves 28 hizo revelaciones a un noticiario televisivo, que son impactantes como la luz del sol a mediodí­a, ante otras luces de opiniones que son como candelas derretibles, o quejas de cada quien según donde le aprete el zapato por haber sido convidados de piedra, y cosas que el común de las gentes desconocí­an.

La guerrilla se inició un domingo 13 de noviembre de 1960, fueron 36 años consecutivos que se mantuvo al paí­s en bancarrota, agotamiento del Estado y de vidas de guatemaltecos de ambos bandos, de destrucción de bienes privados y públicos. Y hoy la realización de la paz no ha de verse con ojos bizcos, pues su firma ha dejado el principal fruto que es LA PAZ MISMA, que nos volvió al concierto de las naciones del cual se estaba ya en la marginación, a la consideración al prójimo que sufrí­a por desplazamiento, amenazas o terrorismo, al respecto al derecho ajeno, la esperanza de la justicia y la equidad que son la fuente de la democracia, así­ como al escribir artí­culos de prensa sin temores. Los demás son egolatrí­a o intereses personales, «Vanidad de vanidades.»

El presidente ARZíš fue el principal protagonista y signatario al firmar inicialmente el armisticio en el paí­s centroamericano de El Salvador, no fue en México del lado recurrente de los guerrilleros, ni en la lejana España donde varias veces otros se habí­an reunido tratando de conseguir la paz, concurrió solo y a toda discreción a confrontar la situación con madurez y el profundo sentido humano que debe sobresaltarse, encontrando en sus interlocutores por parte de la guerrilla, y especialmente en el comandante Morán o Ricardo Rosales, iguales intereses por el sufrimiento que habí­a en la madre tierra: Guatemala, de ver guatemaltecos contra guatemaltecos. Y fue la razón por la que en la madre España a ambos se les reconoció su acción antes que en su propia patria, otorgándoseles el premio PRíNCIPE DE ASTURIAS, equivalente al premio Nobel de la Paz en el idioma español, y sólo ha faltado -piensa quien escribe- que se les reconozca por ese gesto de conseguir la paz, ser declarados CIUDADANOS DE Mí‰RITO (o EMí‰RITOS) por quienes se consideren verdaderos representantes del pueblo, como ahora lo son para mí­ íLVARO ARZíš y RICARDO ROSALES.

No fue un diálogo más, publicitado, exacerbante de la guerra misma, ni de «derechos mesiánicos», tampoco de mendigar la paz sino de merecer disfrutarla, de lo que nadie debiera de ufanarse, ni de sentirse dolidos por algo que para su interés personal u orgullo no haya él o ellos conseguido. La ganaron todos los guatemaltecos…

Tampoco escatimó sacar del fondo del baúl de sus recuerdos en la entrevista, que se le achaca haber negociado el desarrollo de la energí­a eléctrica que ahora ha llegado a casi todo el paí­s; haber abierto más ví­as de comunicación que hoy nos acercan; y la intercomunicación masiva y personal por la telefoní­a, de la cual se sirve el campesino más alejado que al lado de su azadón tiene un teléfono sin tener que caminar tantas horas como iguales kilómetros para comunicarse.

Aclaramos que nosotros al escribir estas reflexiones, no sobreestimamos esta paz, la ponderamos como la paz del mundo, frágil, vacilante y regateable y no la sobrepujamos a la paz que dejó Jesucristo, la del espí­ritu, que es superior, interior, y verdadera que debe gobernar en nuestros corazones.

DEBEMOS DE CONVENIR en que los Acuerdos de Paz escritos están concluidos, su andamiaje fue puesto en su oportunidad, y que ya esplende su estructura promisoria, acabada; los pilares que los sostengan están puestos y firmes, sólo falta ponerles el techo para que den la cobertura, cuando hallan los verdaderos protagonistas que lo lleven a cabo con toda la capacidad y honestidad debida.