Lo real es el imperio impune


¿Cómo expresar la frustración que se siente al ver que el esfuerzo internacional por aplacar el enseñoramiento de la impunidad y todos sus arlequines, corifeos de lo más variopinto, no debe interpretarse como una actitud propia de la Malinche ni mucho menos? ¿Cómo solicitar una adecuada evaluación al desempeño de la senda Comisión de las Naciones Unidas sin verse ligado mediáticamente a los todopoderosos señores de la mafia, al narcotráfico, los contrabandistas y cuanta escoria se pavonea en sus lujos ostentosos y momentáneos? ¿Cómo encontrar un punto de partida para una adecuada interpretación de lo que ha sucedido y de lo que puede hacerse para rescatar al paí­s de las redes delincuenciales que hoy más que antes le aprisionan?

Walter Guillermo del Cid Ramí­rez
wdelcid@intelnet.net.gt

Lo real es que nuestra sociedad y su Estado están capturados por una impunidad que se farolea como un auténtico y legí­timo imperio. Con sus propias reglas y sus normas de conducta. Lo real es que hemos dilapidado el tiempo en esfuerzos hoy casi estériles en su totalidad. Lo real es que el titular de la Comisión agotó todas las fases de influencia y de incidencia. Cayó en la seducción de sí­ mismo y sucumbió a la realidad de las «bolas», tan poderosa instrumentalización de la polí­tica del rumor que en nuestro paí­s logra imponerse cual la más severa de las pruebas documentales que pudieran existir.

Las instituciones reaccionan a la huella que le impone quien las dirige. En efecto cada institución continúa más allá de la persona humana que la conduce en su momento, pero cierto es también que la manera en que en cada institución se «asume» el cumplimiento de sus funciones está influida por la personalidad de su lí­der. La CICIG no es la excepción. Cuando digo que su conductor recorrió rápidamente todas las fases de incidencia para incorporar cambios en las leyes, fundamento mi afirmación en los informes que presentara el 2 de septiembre de 2008 y reforzado con el presentado el 25 de junio de 2009.

A continuación vinieron los procesos para la elección de magistrados tanto a la Corte Suprema de Justicia como de las Salas de Apelaciones. En medio hubo otra serie de actos de notoriedad y de amplia publicidad (el caso Rosenberg, la captura de Alfonso Portillo y los planteamientos respecto de la nominación a quien habrá de dirigir la Defensa Pública Penal). Después y el último hasta la fecha, el proceso para la designación del Jefe del Ministerio Público y Fiscal General. Y en este breve recorrido, se hizo notoria la prevalencia de los «chismes» y entonces la distorsión pudo más. El colmo de los colmos fue el retorcimiento de las propias leyes y la búsqueda de su ajuste para complacer a quienes se pintaban así­ mismos como los poseedores de los estandartes de la honorabilidad, la rectitud y la eficiencia. De hecho esfuerzos estériles. Con tantos dimes y diretes nos cagamos en todo. Unos más otros menos, pero de que de esta caricatura de Estado todos somos responsables, todos los somos. Unos más, otros menos.

Si el equipo de los cercanos colaboradores al hoy dimitido y casi ex comisionado le desea hacer un favor, rápidamente habrá de sustentar la última de las oleadas y señalamientos vertidos en su anuncio de despedida. No es por hacernos un favor a nosotros. Es para hacérselo a él mismo y para evitar la tan ansiada búsqueda de héroes y baluartes públicos que aquejan a esta sociedad tan golpeada de mediocridad por un imperio que asienta sus reales con libertad extrema y frente a un régimen de legalidad que se ata a sí­ mismo y que genera toda clase de contradicciones e ironí­as. Aquí­, como antes he repetido, donde la justicia no sólo es ciega, es puta. Aquí­ en donde la realidad supera muchas fantasí­as de la narrativa más sombrí­a y de misterios por doquier. Aquí­ donde lo real es el imperio impune. Con todas sus secuelas de falsa hidalguí­a, aunque nos duela, llenos de hipocresí­a y doble o múltiple moral. Tenemos ese gran desafí­o por delante. Reconstruir nuestro Estado, sus normas y sus relaciones. Es tarea nuestra y de nadie más.