cesarguzman@yahoo.com
En un hospital para enfermos desahuciados, había una sala donde se encontraba un grupo de pacientes en las más tristes condiciones.
Uno de ellos, el único que tenía cerca la ventana, narraba a sus compañeros de sufrimiento todo cuando sucedía en la calle: el paso de la gente, las risas de los niños, el brillo del sol y mil cosas que sucedían a diario y que hacían que su sufrimiento fuera menos doloroso.
Un día, un compañero de cuarto, envidioso de la posesión de la ventana se acercó a su lecho y lo asfixió, solicitando al otro día al director del hospital la cama del hombre muerto.
Cuando se situó con la ilusión de la agradable vista a través de la ventana, sorprendido notó que todo lo que había del otro lado era un alto muro de concreto.
Todas las hermosas cosas que les había narrado el otro, eran producto de su vida interior, era lo que él veía con los ojos del alma.
Pero el nada podía hacer decir a sus compañeros porque tenia el alma ciega por el egoísmo y la envidia.
El egoísmo ciega el alma
y aniquila el corazón.