Lo que no deberí­a ocurrir


En la 10ª. calle, entre 9ª y 10ª avenida de la zona 1 de la ciudad capital, a un costado de la facultad de Derecho y casi frente a donde quedaba la Biblioteca Nacional, estaba la redacción, las oficinas y posiblemente también los talleres del periódico Impacto. En una de las salas de esa casa se abrió -en 1956 o 1957- una muestra de una colección de ejemplares de este medio impreso. En uno de los periódicos expuestos, aparecí­a un artí­culo que comenzó a llamar la atención.

Ricardo Rosales Román
rosalesroman.cgs@gmail.com

El artí­culo era una columna de opinión del agudo, inteligente, ingenioso, audaz y atrevido Cámara Galicia. En aquel momento «gobernaba» Castillo Armas y era arriesgado y peligroso hacer referencia públicamente de la situación del paí­s bajo la dominación extranjera, el carácter dictatorial y entreguista del gobierno impuesto por la embajada estadounidense y, menos, que de alguna forma expresara la indignación y descontento de la población.

Lo publicado por Cámara Galicia no era un artí­culo más, aunque en apariencia parecí­a no decir nada de fondo. Leí­do detenidamente, era una valiente denuncia de lo que pasaba en el paí­s: con la primera palabra de cada uno de sus párrafos se construí­a una breví­sima oración de no más de doce palabras en la que se denunciaba la situación imperante. Mi memoria no llega a tanto como para referir el texto de tan valiente protesta. Lo que sí­ recuerdo es que con aquel artí­culo quedó de manifiesto el ingenio y audacia a que se puede acudir en momentos difí­ciles y adversos, de represión y persecución polí­tica.

Aunque la situación de ahora no es la de entonces, todaví­a no alcanzo a imaginarme lo que van a pensar y opinar, entre diez o quince años, quienes vean que en los medios escritos del paí­s de la semana pasada gran cantidad de columnas de opinión (entre ellas, la mí­a) aparecieron en blanco y que vino a ser la manera convenida y oportuna de protestar por lo que institucionalmente está aconteciendo.

En estos últimos dí­as se ha puesto de manifiesto, con toda su gravedad y magnitud, la crisis del sistema en su conjunto.

No es sólo el Poder Judicial el que está en crisis. Con igual profundidad y gravedad lo están el Poder Legislativo y el Ejecutivo. Y la crisis de los tres Poderes del Estado es la manifestación más visible del agotamiento y caducidad, repito, del sistema en general.

En una situación así­, dos son los probables escenarios en que podrí­a desembocar la crisis (aunque no se pueda asegurar que se vaya a resolver). Las condiciones del momento, con sus caracterí­sticas y peculiaridades de ahora, están dadas como para que pudiera suceder algo parecido a lo que ocurrió luego del Serranazo de 1993 o, bien, que se produjera una alteración del orden constitucional (no a la manera de los golpes militares), sino a través de otras ví­as u otras formas, por ejemplo, de un golpe técnico, como ya se ha dicho más de una vez.

La integración de la Corte Suprema de Justicia, CSJ, (tal como quedó por decisión del Congreso de la República a propuesta de la Comisión de Postulación correspondiente) es jurí­dicamente cuestionable y podrí­a derivar en irregularidades manifiestas en razón de cómo quedó integrada.

Vistas las cosas en su conjunto, la institucionalidad está al borde del colapso y ello favorece al poder conservador y reaccionario tradicional tanto como a los grupos paralelos, el crimen organizado, el narcotráfico y a quienes ante cualquier eventualidad resultarí­an siendo los beneficiados con los contratos y concesiones a cargo del Estado.

Lo que está en juego es el orden institucional. De eso, no me cabe la menor duda. Lo casuí­stico e imprevisiones de la Ley de las Comisiones de Postulación, la ineficiencia de estas Comisiones, las elecciones en el Congreso de la República de los magistrados a la CSJ y de las Salas de Apelaciones, el proceder de la CICIG, el accionar de la sociedad civil y las presiones del empresariado organizado (que desde mayo se sabe en qué dirección está moviéndose), más temprano que tarde permitirá identificar lo que ha estado detrás de cada paso dado y los reales y verdaderos intereses alrededor de lo que giró todo.

El paí­s está ante más de un serio y muy grave peligro. Por un lado, a causa de la irresponsabilidad de quienes están en el gobierno y, por el otro, de los que no parecen darse cuenta lo que significarí­a un viraje más hacia la derecha, y de quienes, a sabiendas de lo que ocurrirí­a, están porque el paí­s retroceda a los funestos años de 1954 a 1985.

Estando en el extranjero, advierto que ni lo uno ni lo otro deberí­a ser lo que ocurriera en mi paí­s.