Me jacto de conocer lo que piensa la mayoría de guatemaltecos, por cuanto llevo casi nueve años de estar oyendo todos los domingos, por dos horas continuas, en el programa que conduzco por Emisoras Unidas de Guatemala, sus opiniones, quejas, comentarios y sugerencias para terminar con el descalabro actual de la administración pública y sustituirlo por algo más honroso, eficaz y correcto de lo que se ha venido siendo hasta el momento. Por consiguiente, puedo afirmar con certeza que lo que menos entiende el chapín, tanto patojos como adultos, mujeres u hombres, pelados o ricos y analfabetos como sabiondos, que los políticos puedan llegar a enquistarse en cargos públicos por designación o elección, entrando más pelados que un cuque y salir bañados en pisto, sin que nadie pueda recriminarles algo, mucho menos, les pueda deducir responsabilidades o ¡Peor todavía! Impedirles que mañana puedan ocupar otro cargo público.
Otra cosa que no entendemos los chapines es que en 1996, en nuestras narices, se haya derogado durante la legislatura dominada por la agrupación política del gobierno de ílvaro Arzú el delito de enriquecimiento ilícito contemplado en el Código Penal y que, a pesar de haberse satisfecho el enredado y complicado trámite legislativo, desde los meses de septiembre y octubre del 2008, estas son las horas en que por mil y una excusa no se haya logrado su restablecimiento. ¿Qué se propicia con ello?, ¿no es dejar abiertas de par en par las puertas a la corrupción, al tráfico de influencias y la impunidad?, ¿qué estamos esperando, que la CICIG vaya a la sede de las Naciones Unidas a seguir poniéndonos como camote, porque no se nota la más mínima intención de imponer la ética, honorabilidad y honradez en el manejo de la administración pública?
Algo que los chapines también seguimos sin entender es cómo unas personas que se autoproclaman «dignatarios» (investidas de dignidad) siguen tan tranquilos y campantes poniendo excusas, que iniciativas menos importantes tengan prioridad, que sigan existiendo las mentadas tácticas dilatorias, falta de tiempo, estancamiento de agendas, rompimiento de quórums o que, porque falta de empuje o presiones, no se apruebe una ley de trascendental importancia y, para colmo, haya quienes tengan el tupé de calificarla de «ridícula» con tal de entorpecerla, pero eso sí, llevan tres o más períodos consecutivos ocupando curules en representación popular, sin que aparezca por alguna parte su productividad, mucho menos los méritos que justifiquen su permanencia. De tal manera que poniendo la verdad sobre el tapete, en el presente 2010 ni en 2011, ni siquiera en 2021, vamos a poder cambiar, mucho menos entender las cosas que tanto daño y perjuicio le causan a la sociedad guatemalteca. De ahí que ¿Si la mala hierba se arranca de raíz, por qué no empezar por los diputados, eligiéndolos de manera distinta a la actual?