Hoy es una fecha polémica para la sociedad guatemalteca, porque se recuerda la tragedia ocurrida en la Embajada de España cuando un grupo de campesinos llegó para denunciar la represión que estaban sufriendo en Quiché, lo que terminó en una verdadera masacre cuando al intervenir la fuerza pública se produjo un voraz incendio que mató prácticamente a todos los ocupantes del inmueble.
ocmarroq@lahora.com.gt
La polémica surge porque mientras algunos defienden la acción como una ocupación pacífica para atraer la atención nacional e internacional sobre la forma en que estaba siendo reprimido el pueblo indígena en el occidente del país, otros consideran que se trató de una encerrona programada por el mismo embajador español, Máximo Cajal, quien habría aprovechado para invitar a algunas personalidades del foro nacional para que su presencia hiciera más dramática la ocupación.
No puedo opinar sobre las intimidades de la toma de la embajada y me tengo que atener a lo que han explicado sobrevivientes, pero entiendo que se trata de una cuestión que despierta muchas pasiones y que constituye una de las muestras de cuán polarizada sigue estando nuestra sociedad. Por ello es que simplemente en esta fecha quiero reiterar lo que a mí me consta y lo que ya he dicho en varias ocasiones.
En una mañana de mediados de enero de 1980, llegaron al edificio que hoy ocupa La Hora y en ese tiempo era la casa editorial de Impacto, varios campesinos a quienes me tocó atender en mi calidad de director del matutino. Su relato era desgarrador y pretendían que hiciéramos pública la situación que vivían varias comunidades en Quiché, donde la guerrilla se había organizado provocando una fuerte reacción del Ejército que, según los denunciantes, se estaba traduciendo en masacres cometidas contra la población civil. En esos días la represión se sufría no sólo en el altiplano de Guatemala sino en todo el país y al empezar el gobierno de Lucas, concretamente el 20 de octubre de 1978, las fuerzas de seguridad realizaron un violento operativo para asesinar a varios dirigentes, entre ellos el presidente de la AEU, que habían participado en la manifestación conmemorativa de la Revolución de Octubre.
En Impacto habíamos sufrido directamente la acción represiva y algunos de nuestros reporteros habían tenido que huir y otros fueron asesinados; les expliqué a los campesinos que no podíamos hacer pública la denuncia que deseaban porque ello significaba poner en peligro la vida de nuestros reporteros. Se quejaron inmediatamente porque similares respuestas habían recibido ya en otros medios de comunicación que habían visitado.
El clima de terror que prevalecía en Guatemala en aquellos años es difícil de entender a la luz de los acontecimientos de hoy, pero la verdad es que eran días en los que uno salía de su casa en la mañana sin la certeza de volver a ella. Yo había visto morir a muchos de los que fueron compañeros de trabajo en la Municipalidad de Guatemala en tiempos de Meme Colom y sabía que con el régimen no se jugaba.
Cuando supe, el día 31 de enero, que los campesinos habían tomado la Embajada de España para hacer que su denuncia fuera tomada en cuenta, sabía de lo que estaban hablando y sentía que nuestro silencio cobarde, por justificada que fuera la cobardía, era el motor que había impulsado a ese grupo a la toma de la embajada. Y al conocer el desenlace me sentí en buena medida responsable de lo que había ocurrido, porque el miedo a la represión pudo más que mi deber como periodista para cumplir con publicar lo que estaba aconteciendo contra varias comunidades del occidente del país.
Y como eso es lo que me consta, eso es lo que puedo y quiero relatar el día de hoy.