Un joven de 25 años consiguió un empleo como guardia, para una empresa de seguridad privada. Se le proporcionó un arma, sin darle recomendación alguna de cómo utilizarla y nunca tuvo la oportunidad de practicar con ella.
Un día vio como a otro guardia que trabajaba en el negocio de enfrente, lo asaltaban para robarle el arma y se dio cuenta que no estaba preparado para eso y renunció.
Desde el principio, le obligaron a comprar el uniforme y las botas que utilizaría; y en su primer sueldo, se lo descontaron.
Se endeudó con parientes y amigos; llegando al extremo de pasar hambre.
Cuando no estaba de turno, permanecía en las instalaciones de la empresa, en donde les exigían que lavaran su ropa en un lavamanos y donde no tenían donde ponerla a secar.
Y así, ¿pretenden algunos políticos, que pongamos nuestra confianza en las empresas privadas de seguridad?
Si en lo público, no tenemos control, en lo privado menos.