Lo mismo pero diferente


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Matilde subió a un bus por primera vez. Claro no es lo mismo subirse a un bus en París que tomar la camioneta, Transurbano o ruletero en Guatemala. Lo cierto del caso es que pese a estar al otro lado del charco, en un país en donde la “seguridad” está garantizada, ir sentada, sin gritos de un brocha, rodeada de gente perfumada, no iba tranquila. Sería ese temor nacional, colectivo y permanente arraigado en todo chapín que viaje o no en bus, que se sienta tan propio de Guatemala como la cerveza Gallo o no y que produzca ese sonido casi gutural del schhttt, reconocible en cualquier parte del mundo.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es


Así las cosas, tomó asiento, sacó un libro de su bolsa, no un bets seller, no el típico libro de supermercado o del primer estante  del primer piso de las enormes librerías de la Ciudad Luz. Abrió el libro justo en la página 67 en donde Lucrecia narra a don Rigoberto en la imaginación de Vargas Llosa sus peripecias en París al lado de Pluto. Pensó –siempre es mejor guiarse por un libro que por una guía turística para conocer una ciudad como está.

Se perdió en esa descripción de ciudad mezclada con arrebatos de amor-pasión, mientras el bus se alejaba del hotel y la aproximaba al sitio elegido para beber un café y organizar esa maratónica agenda de visitas culturales, por supuesto  a la ciudad del amor.

Bajó del bus con su pañuelo envolviéndole el cuello, su bolso colgado  del brazo izquierdo y el libro aprisionado en la mano derecha. Le pareció ver un rostro conocido en esa callecita que invitaba a recorrerla, pero -pensó es imposible- y continuó entre la gente dando pasos lentos hacia su destino.

Llegó por fin al lugar deseado, lejos del hotel sí, pero exacto –si  posible- casi como en la película en donde Julie Delpy está acompañada de Ethan Hawke. Relajada, tranquila de estar en la tierra y en sobre las llantas de un transporte colectivo pidió un café, aflojó el pañuelo, tiró el cabello para atrás y suspiró.

Retomó la lectura, mezcló esa historia con la del filme, imaginó escuchar a Nina Simone y se alegró de estar lejos de las malas noticias, el miedo latente y las inundaciones.

Se sintió dichosa, anotó en una servilleta –para tener un recuerdo-, el plan del siguiente día, pidió la cuenta y soñó con andar a la orilla del  Sena y bajar hacia Saint-Germain…

Buscó, rebuscó, vació la bolsa  y nada, la billetera había desaparecido. Quizá ese temor significaba algo, talvez debió estar alerta al igual que en su país… ¿Sería al subir del bus, al bajar de él, en las calle repleta de gente…