Ayer el Fiscal General dio por cerrado el caso del asesinato de los diputados al Parlamento Centroamericano en lo que a la investigación se refiere, puesto que dijo que todo está «clarísimamente aclarado». De acuerdo con esa explicación, uno supondría que autores materiales, autores intelectuales, cómplices y encubridores están todos sometidos ya a los tribunales de justicia y que las pruebas son de tal contundencia como para que no haya escapatoria posible.
Lo primero que vale la pena preguntar es quién o quiénes mataron a los agentes de la Policía Nacional Civil en el interior de la cárcel El Boquerón. El fiscal a cargo del caso insiste en que fueron los mareros que estaban en ese presidio quienes actuaron simplemente porque como eran policías los otros presos, había que matarlos. Nunca se esclareció plenamente por qué fue que los mandaron a ese presidio pasando sobre las órdenes judiciales ni tampoco las versiones de testigos que vieron entrar a un comando encapuchado.
Tampoco queda claro cuál fue la participación de los jefes de los cuatro policías asesinados y de los otros implicados. Aparentemente, según se desprende de la versión oficial, éstos habrían actuado sin consultar con nadie, simplemente por sus pistolas, no obstante que se trataba de diputados del Parlacen. Versiones de que habían llamado a sus superiores para preguntar qué hacían no fueron indagadas como corresponde porque es más cómodo encontrar la «clara claridad» dejando que el caso termine con los muertos. Al fin y al cabo, ellos ya no pueden incriminar a nadie ni evidenciar que el sistema estaba totalmente carcomido.
La tesis de que esos mismos agentes actuaban en el marco de la limpieza social y que lo hacían recibiendo instrucciones precisas de sus superiores no fue nunca indagada, pese a que hay otros casos en los que le «tumbaron» la mercadería o el dinero a sus víctimas. Todo indica que ese fue el caso del múltiple asesinato con los diputados del Parlamento Centroamericano y que los agentes buscaban droga o dinero para robárselo.
Todo queda, según la tesis que ahora nos presenta el Ministerio Público, en la teoría de la «burrada», es decir, aceptando la validez de las palabras que atribuyeron al comisario Herrera en el sentido de que lo que hicieron fue cometer una burrada. Fácil, sencillo y sin complicaciones, se cierra uno de los casos paradigmáticos que ponía en entredicho a todo el sistema y al Estado. Y a los ciudadanos nos queda «clarísimamente aclarado» que aquí sigue en pie la impunidad, la protección a los peces gordos y que no existe voluntad para resolver los casos.
No hace falta que el FBI o alguien diga que la pita se volvió a romper por lo más delgado como es tradición en nuestro medio. Salta a la vista, mi amigo, que aquí subsiste la misma flor floreada.