En plena acción están las lluvias torrenciales. Azotan el país en diversas regiones; sin ir tan lejos la ciudad capital sufre las consecuencias. Inundaciones, estragos, destrucción de viviendas, entre otras circunstancias adversas. Sin desestimar el caos vial, causante de trancazones enormes.
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Hace ya varias semanas la época lluviosa es responsable de tantas situaciones tremendas. Consecuencia directa de la intensidad de las mismas. A tal punto de considerarse no solamente prolongados, con la característica o calificativo de torrenciales. Se espera aún más un incremento hasta octubre.
La presencia del fenómeno natural toma de sorpresa a la población. En vista que algunos días llueve duro día y noche, como temporal seguido de caudas que asolan con ganas. Ante las fuerzas de la naturaleza resulta imposible detenerlas. Falta capacidad, recursos y mucha cultura preventiva.
Los seres humanos flaquean en ese sentido. Máxime cuando escasean planes coordinados, capaces de llevar asistencia inmediata a los damnificados. Sin embargo, el estoicismo da la cara, los connacionales se juegan la vida en aras de salvar sus pertenencias y también ayudan a los vecinos en el acto.
En pocas palabras, se entregan con cabeza, corazón y voluntad, decididos a no doblegarse. Demostraciones de heroísmo, a veces anónimos salen a luz. Gana espacio la solidaridad gigantesca de verdad, ausente de sólo propaganda; el amor al prójimo surge y su impronta marca el camino a seguir.
A propósito de los estragos devenidos de las lluvias torrenciales tenemos casos que sirven de paradigma, Palín, La Unión Zacapa, los más demostrativos. Los elementos naturales casi borran del mapa hasta sus raíces los poblados aludidos. Conred dista mucho de cumplir allá su cometido real.
Queda una vez más de manifiesto el hecho que somos un país demasiado vulnerable. Y si a eso agregamos el poder y fortaleza destructora de las lluvias torrenciales, nos quedamos fritos. Las comparaciones no son buenas, empero hay que reconocer la diferencia del invierno del año anterior, totalmente distinto.
Actualmente ponen su cuota de grandes estragos en menoscabo del entorno algunos ríos principales. Las crecidas de los mismos provocan alarma, por ejemplo: Motagua en Gualán, Zacapa; Polochic en Panzós, Alta Verapaz; La Paz en ciudad Pedro de Alvarado en Jutiapa, y la Pasión en La Libertad, Petén.
La capital guatemalteca, ensanchada en los cuatro puntos cardinales ofrece una panorámica de estragos de gran cuantía. Y no se crea que únicamente en los asentamientos de la periferia, ¡qué va! hay problemas en las vías y calzadas, por el colapso de alcantarillas que tornan todo en un caos vial.
Impresionantes escenas publican los medios, donde mueve a la tristeza y desamparo las humildes viviendas cuyas paredes no soportan los fuertes aguaceros, que digo: lluvias torrenciales. Los residentes quedan casi a la intemperie, expuestos a males secundarios como el robo, vandalismo y otros tormentos.
Grandes expectativas generan en toda la línea el fenómeno natural fuerte y prolongando, en la población. Nadie está seguro y por lo tanto cunde el pánico, a sabiendas que en cualquier momento menos imaginado surgen dificultades extremas. Vale la pena tomar precauciones y medidas atinentes al respecto que estamos obligados a esa postura. ¡Qué llovedera! es el decir popular.