Llueve sobre mojado en Brasil


Unos pobladores caminan por el área afectada en Teresópolis, Brasil. FOTO LA HORA: AP Felipe Dana

La lluvia volvió a azotar hoy los pueblos de montaña donde deslizamientos e inundaciones mataron al menos a 509 personas y dificultaron las labores de rescate, mientras los sobrevivientes bajaban a sus muertos de las colinas para enterrarlos.


Durante la noche se confirmó una muerte más en las tres ciudades al norte de Rí­o de Janeiro que sufrieron el desastre natural más mortí­fero de la historia de Brasil. Las autoridades temen que esa cifra aumente de forma drástica, aunque no quisieron aventurar cuántas personas siguen desaparecidas. Las informaciones locales mencionan centenares.

El Departamento de Defensa Civil del estado de Rí­o dijo en su cibersitio que 226 personas murieron en Teresópolis, 226 en la cercana Nova Friburgo, 41 en Petrópolis y otras 16 en la ciudad de Sumidouro. Agregó que unas 14.000 personas han tenido que abandonar sus casas.

Es el peor desastre natural que azota la mayor nación sudamericana desde las inundaciones y deslizamientos de 1967 que dejaron 785 muertos, según la Base de Datos Internacional de Desastres, con sede en Bruselas, que ha registrado los desastres en Brasil desde 1900.

Numerosos equipos de rescate acudieron a la zona y las autoridades dijeron que la falta de ayuda no era un problema: lo difí­cil era el acceso a las zonas aisladas por el corte de las carreteras. Pese a regresar las lluvias, no se reportaron nuevos deslizamientos de lodo.

Los sobrevivientes encaraban la sombrí­a tarea de enterrar a sus seres queridos.

Al anochecer del jueves, voluntarios descalzos arrastraron un generador y luces hasta el cementerio de uno de los pueblos, donde casi 200 nuevas tumbas recién excavadas yací­an abiertas como heridas en el suelo de arcilla rojiza, a la espera de ví­ctimas.

El jueves, hubo funerales todo el dí­a bajo una persistente lluvia: una mujer enterró a su hermano, un hombre a su sobrino de un año en un pequeño féretro blanco, una madre gritaba el nombre de su hijo de 9 años mientras sus restos eran colocados en la tumba.

Pequeñas cruces blancas, hechas a mano, identificaban a las ví­ctimas sólo por números: los detalles vendrán después. Se veí­an como puntos en el paraje desolado en lo alto de una colina.

Decenas de nuevos funerales se harán el viernes y otras 300 nuevas tumbas serán excavadas el sábado, informó Vitor da Costa Soares, un empleado municipal a cargo del cementerio.

«Haremos más espacio. Estaremos aquí­ hasta las 10 de la noche, hasta la medianoche si podemos, y regresaremos aquí­ a las 6 de la mañana», agregó.

Una lluvia fuerte antes del amanecer del miércoles desató deslizamientos que enterraron a mucha gente que dormí­a, en una zona a 65 kilómetros (40 millas) al norte de Rí­o.

Los sobrevivientes comenzaron a cavar con sus manos, cacerolas o lo que encontraran para buscar a sus amigos y familiares, mientras la ayuda se demoraba en llegar a una zona remota, en las laderas de colinas empinadas.

En el vecindario de Campo Grande, en Teresópolis, al que ahora sólo se llega caminando ocho kilómetros por la selva lodosa, los sobrevivientes rescataban los cadáveres de sus familiares sepultados por el barro. Cuidadosamente tendí­an sus cuerpos sobre el terreno seco y los cubrí­an con frazadas.

Un pequeño gritaba una y otra vez, al percatarse que habí­an hallado los restos de su padre: «Â¡Quiero ver a mi papi!»

Las inundaciones y deslizamientos de tierra son comunes en Brasil durante la temporada de las lluvias estivales, pero los aludes de esta semana figuran entre los peores. Estos desastres castigan particularmente a los pobres, que suelen vivir en viviendas precarias en las laderas, con pocos cimientos o directamente sin ellos.

Pero ni siquiera algunos ricos pudieron escapar a la devastación en Teresópolis, donde también fueron arrasadas algunas casas grandes.

El Departamento de Defensa Civil de Rí­o dijo en su página de internet que 222 personas murieron en Teresópolis, 216 en la cercana Nova Friburgo y 41 en la vecina Petrópolis. Agregó que unas 14.000 personas debieron dejar sus casas.

«Tengo amigos que siguen desaparecidos entre todo este fango», dijo Carlos Eurico, residente de Campo Grande, mientras se moví­a hacia el mar de destrucción que se apreciaba detrás suyo. «Todo se ha ido. Todo terminó. Nos encomendamos a Dios».