El pasado fin de semana en algunas parroquias de la ciudad se hizo referencia al llamado que está haciendo el Arzobispo Metropolitano a los fieles católicos para que reflexionen bien antes del 11 de septiembre, de manera que voten de manera consciente para elegir a las futuras autoridades. El sacerdote oficiante en la Iglesia Villa de Guadalupe, padre Mauro Verzzeleti, hizo énfasis en que se tenía que ver detenidamente la hoja de vida de cada candidato para ver qué han hecho por Guatemala y cuáles han sido sus aportes a la sociedad.
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Yo ya dije cuál es mi postura en esta elección y quiero ratificar que es resultado de una profunda reflexión que va más allá de la simple lectura del currículum de cada uno de los candidatos, porque estoy convencido que el problema va más allá de ellos. No se trata de una actitud irresponsable de huevonería para no hacer cola el día de las elecciones, sino que es consecuencia de la profunda convicción que es el sistema el que no funciona. Posiblemente si mi idea fuera que el mal está en la oferta de los candidatos o en la personalidad de éstos, acudiría a votar nulo en rechazo a los aspirantes, pero honestamente no es el caso, porque cualquiera de ellos que llegue se enfrentaría a un sistema que lo devora.
Hace algunos años, antes del serranazo y de que Ramiro de León Carpio llegara a la Presidencia, escribí algún artículo diciendo que la Casa Presidencial es una casa embrujada que convierte al más pintado de los políticos en una piltrafa. Luego elaboré un poco más la idea diciendo que los poderes ocultos, en ese caso representados maravillosamente por el Estado Mayor Presidencial, se encargaban de aniquilar las fortalezas de los políticos y exaltar sus debilidades, para mantenerlos como títeres, ya sea bajo la influencia del licor o por el gusto de las mujeres y el dinero.
Con el tiempo esa influencia de los poderes ocultos se ha ido magnificando y sofisticando. Desaparecido el Estado Mayor Presidencial los financistas de campaña se convirtieron en el poder tras el trono, adueñándose de la soberanía que el pueblo delega en la figura del Presidente de la República y con campañas cada vez más caras y actividades más costosas, su poder se incrementa exponencialmente al punto de que todo el juego político es para terminar poniendo al Estado al servicio de quienes pusieron el dinero en la apuesta correcta a la hora de apoyar candidatos.
Yo respeto la postura del Arzobispo y creo que es un llamado correcto el pedir a los ciudadanos que piensen bien su voto. Lo que pasa es que si uno lo piensa bien y reflexiona a fondo de lo que cada uno de ellos significa para el país, se tiene que dar cuenta que el problema es generalizado porque es consecuencia de un sistema prostituido. No me cabe duda que hay candidatos que se han librado de la influencia de financistas perversos, pero ocurre que esos no tienen ninguna probabilidad de acumular suficientes votos para ser en verdad competitivos. Y darles el voto es, de alguna manera, decir que el sistema está bien, que vale la pena seguir apostando a que nuestra democracia puede enderezar el rumbo.
Yo sostengo que el modelo está agotado y que tenemos que buscar un nuevo pacto social. Desafortunadamente ningún proceso de cambio que pase por las manos de nuestros diputados tiene la posibilidad de significar esperanza para el país porque en el Congreso únicamente se aprueban leyes que dejan untada la olla a los políticos y eso no va a cambiar. Mientras más profunda es la reflexión, más firme la convicción.