El apagón general del martes 27 de marzo de 2012 debiera de servir de alerta a toda la población guatemalteca, en especial a nuestras autoridades de lo que podría pasar ¡Dios no lo quiera! Si en nuestro país ocurriera un desastre igual al del 4 de febrero de 1976. Aproximadamente, a las diez de la mañana del martes pasado, por razones de trabajo, me vi obligado a cruzar la ciudad de norte a sur y viceversa, encontrando a nuestra Ciudad Capital prácticamente paralizada.
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Sin semáforos, aunque era notoria la reducción drástica de vehículos automotores, porque la gran mayoría prefirió suspender las salidas del lugar en donde se encontraba, porque para colmo de males, varios miles de manifestantes provenientes de Alta Verapaz andaban terminando de hacer añicos el sistema nervioso de tantos de mis paisanos que a esas horas circulan por las calles, no paseando, ni distrayéndose, mucho menos perdiendo el tiempo, sino cumpliendo con sus deberes y obligaciones diarias. Parece mentira, esto último se hace cada vez más difícil en nuestro país.
Cuando llegué a mi oficina, un laborante preguntaba a voz en cuello ¿Dónde está Colom y doña Sandra? Ante tal pregunta me le quedé viendo a la cara y espetó –sí, pregunto eso, porque seguramente ellos en estos momentos la están pasando bien, incluso disfrutando de la comodidad de contar con plantas eléctricas de emergencia, mientras nosotros pasando penas, seguiremos esperando a saber por cuántas horas para trabajar, sin poder producir lo que al fin y al cabo nos da de comer y de donde provienen los impuestos útiles para remunerar con gruesos montos a tantos ineficientes empleados y funcionarios públicos.
Era lógico apreciar el enojo e inconformidad en la gran mayoría de gente esa ingrata mañana, porque para poder generar riqueza individual y colectiva forzosamente hay que circular por las calles y carreteras por los cuatro puntos cardinales del país y ¿Actualmente cómo se encuentran todavía? No es secreto para nadie entonces que en nuestro país estamos literalmente en las cuatro esquinas, como tampoco son suficientes las buenas intenciones que podrá tener el actual gobernante. Exactamente lo mismo que ocurrió aquel fatídico 4 de febrero de 1976, cuando entonces se requirió de la comprensión, apoyo y la mejor buena voluntad de todas las fuerzas vivas del país para resolver, si no fuera posible la totalidad de problemas y carencias que nos afligen, al menos para establecer –pueblo y gobierno- una hoja de ruta que nos conduzca con paso firme hacia la total reestructuración del Estado, hecho pedazos por tantos irresponsables e incumplidores mandatarios que hemos tenido.
Ahora es cuando, debiéramos aplicar el tan sobado término de solidaridad del antecesor de Pérez Molina, pero sin el menor asomo de la asquerosa politiquería que lo caracterizó, sino en una efectiva unión de esfuerzos, pues de lo contrario, disculpen mi pesimismo, no vamos a salir avante.