El brasileño Gustavo Lins hizo ayer en París, donde presentó su colección de alta costura para la temporada otoño invierno 2007-08, una brillante demostración de su talento para tender puentes entre la moda y el arte.
Su desfile, saludado con fuertes aplausos y «bravos» del público, fue presentado en la Galería Joyce de París y en los soportales del Palais Royal, donde se encuentra.
Tras el desfile Lins presentó en la galería bustos en porcelana, nueva versión de los maniquíes esculpidos con viejos patrones de moda que expuso la temporada pasada: su manera de tender un puente entre el arte y la moda. «Lo que hago con las telas también es escultura», dijo el creador brasileño a la AFP.
En efecto, en los modelos de Lins las telas se hacen espiral, se transforman. El cuero y la tela esculpidos con sobrepespunteados combinan su fuerza con la suavidad de la muselina y la seda. Un cuello se cruza hacia la espalda para convertirse en mangas. Una solapa se transforma en chal y cae hasta confundirse con el ruedo de la falda.
La paleta de colores es predominantemente obscura -negro, gris pizarra, azul noche, bronce- con toques de verde anís, marfil y rosa pálido, y algunos modelos gris sésamo. Una sola nota de rojo aparece en una chaquetita de cuero de mangas cortas.
El kimono, prenda de referencia del modista brasileño, inspira varios modelos: un vestido azul noche sostenido por un bustier de cuero esculpido con sobrepespunteados, una chaqueta drapeada, un vestido de crepé de seda marfil que se luce con un echarpe de cuero y muselina.
«Evocar un estilo no me interesa, para mí una colección es un viaje en torno al cuerpo», afirma Lins, que reivindica una cultura de mestizaje, entre su formación europea y su condición de brasileño, «con todas las influencias que vienen de la historia de América Latina».
On aura tout vu, firma del dúo de diseñadores Livia Stoianova y Yassen Samouilov, presentó, por su parte, una colección bajo el lema «el gusto…de los otros», en la que los creadores declinaron con humor una elegancia evocadora de sabores: dulce, salado, amargo, picante…
El desfile se inició con tres vestidos enteramente cubiertos respectivamente de cucharas, tenedores y cuchillos. Pero tras ello, porque «el humor es como la sal, hay que utilizarlo con parsimonia», según la frase que da título a uno de los modelos, no hubo ninguna nota kitsch en la presentación, sólo una leve y alegre elegancia.
Una sucesión de vestidos de seda estampada de corte asimétrico, a veces largos y adornados con apliques de encaje, de chaquetas de organza, tops y blusas leves sobre pantalones de estricto corte. Hasta llegar al vestido de novia: una cascada de volantes labrados como encaje y hecha…enteramente de papel.