No cabe duda. Guatemala vive una ola incontenible de violencia delincuencial. El periódico La Hora en su edición del viernes 19 de noviembre del presente año nos informa que según datos del Procurador de los Derechos Humanos, hasta el 28 de octubre de 2010 hubo 4,925 personas asesinadas de las cuales 4,175 (85%) lo fueron con arma de fuego. También nos dice que hasta esa misma fecha fueron denunciados casi 47 mil robos y robos agravados, la mayoría de ellos en Villa Nueva, Mixco y en el departamento de Sacatepéquez. Los datos del GAM no son similares pues en su informe mensual de octubre estima la cifra durante 2010 en 2,688 y agrega que en ese mes hubo 12 masacres. Los municipios más violentos según el GAM fueron Guatemala, Mixco, Villa Nueva, Villa Canales en el cual se concentraron el 85% de las víctimas. En la ciudad capital las zonas más violentas durante entre enero y septiembre fueron las zonas 18, 6, 7 y 1 con casi la mitad de los asesinatos cometidos.
Aunque el GAM concede que en este año el número de muertes violentas. El uso político de esta situación no puede ser soslayado. Tengo presente una carta pública de Alejandro Giammattei, poco antes de ser detenido por las acusaciones de todos conocidas. En dicha misiva se presenta el problema como un problema de ineficiencia del actual gobierno. Y seguramente tal ineficiencia existe. Basta ver los constantes cambios en el Ministerio de Gobernación y en la Policía Nacional Civil para pensar que la imagen de palos de ciego nos gratuita. Pero la pregunta claves es: ¿Es la violencia delincuencial y la delincuencia en general un problema de gobierno o de Estado? Estoy convencido de que es un problema de Estado. Esto quiere decir que más allá de su incompetencia, el problema de la violencia delincuencial rampante no es responsabilidad exclusiva de este gobierno sino es un asunto estructural y que la situación sería la misma con la mano dura que con la mano solidaria.
Desde una perspectiva sociológica resulta importante el nivel de tolerancia que la gente asume ante una vida cotidiana llena de sangre e impunidad. La gente de a pie, la que no se puede ir del país, pagar seguridad privada, vivir en colonias fortificadas, la que tiene que abordar a fuerza un autobús urbano, ha ido aprendiendo a vivir en medio de esta violencia. Pero además de ese acostumbramiento, crece en el país un sordo rencor que se expresa en la rabia contra el gobierno de turno al cual se le pasará factura en la próxima elección presidencial. También crece en amplios sectores de la ciudadanía la simpatía por la justicia por mano propia ante la ineficiencia del Estado. Según el GAM en el informe citado, el número de linchamientos hasta octubre de este año había crecido en un 12% en relación a 2009. En 2008 fueron linchadas 117 personas, en 2008 lo fueron 166 y finalmente en 2010 hasta octubre, 189. El número de linchamientos es estremecedor, pero más estremecedora la simpatía con la que se miran estos hechos cruentos en los que a menudo se castiga a personas inocentes. Resulta perturbador la simpatía con que buena parte de la ciudadanía mira a las acciones de «limpieza social», empezando por que se le da a la ejecución extrajudicial un nombre positivo, el de limpiar. Hace 15 días me permití expresar mi rechazo con respecto a la pena de muerte y la mayoría de opiniones que recibí de los lectores, algunas hasta de manera violenta, fueron la de la defensa total de la utilidad de la pena de muerte.
Más allá de que reitero la inutilidad de la pena de muerte, también advierto que la simpatía por los linchamientos, en general por la justicia por mano propia, la simpatía por las ejecuciones extrajudiciales de delincuentes llamadas de manera impropia «limpieza social», la simpatía por la pena de muerte tienen el mismo sustrato: la desesperación de los ciudadanos y ciudadanas honrados ante lo que se mira como un cáncer incontenible. Una reciente encuesta hecha por la Cámara de Industria indica que el 93% de los guatemaltecos considera que la delincuencia aumentó durante 2010. Y ante un cáncer creciente, me dice uno de los lectores de esta columna, lo único que queda por hacer es una cirugía drástica. Insisto en que el problema de la delincuencia no se resuelve solamente con medidas punitivas.
Uno de los éxitos ideológicos de la derecha neoliberal es el de lograr introyectar en la mayoría de la población la idea de que el problema de la delincuencia no tiene una raíz social, de que no tiene nada que ver con la pobreza y la miseria, el desempleo creciente, la desintegración familiar que todo lo anterior provoca, la falta de oportunidades para los jóvenes, la ausencia de reformas sociales profundas, la evasión fiscal de los que más tienen, la debilidad del Estado como no sea para reprimir. Mientras esto siga así, la predilección por las soluciones del simplismo autoritario estarán a la orden del día.