Ligera y diáfana –poesí­a completa- de Luz Méndez de la Vega


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La Editorial Cultura recién publicó el libro “Ligera y diáfana –poesí­a completa-” de Luz Méndez de la Vega, una de las poetas consagradas de la literatura guatemalteca.


El volumen recoge los poemarios “Eva sin Dios”, “Trí­ptico”, “De las palabras y la sombra”, “Las voces silenciadas”, “Toque de queda” y “Frágil como el amor”, y será presentado este próximo jueves 13 de octubre, a las 19:00 horas, en el Centro Cultural “Luis Cardoza y Aragón” de la Embajada de México en Guatemala (2ª. avenida 7-57 zona 10).

A lo largo de su trayectoria, Luz Méndez de la Vega ha cultivado diversos géneros literarios, en particular la poesí­a, el teatro y el periodismo cultural, con los que ha enriquecido la literatura del paí­s. A la vez, actividades paralelas como la docencia universitaria y la actuación teatral han contribuido a fortalecer su figura intelectual.

Por la diversidad de sus temas (la vida, el amor, la muerte, las relaciones humanas, entre otros), por la imbricación de lo poético y lo ideológico, la poesí­a de Luz Méndez de la Vega ofrece muchas posibilidades de lectura.

Cabe destacar que, además de su notoriedad en el ámbito literario del paí­s, la ilustre escritora también ha quedado en la historia como uno de los sí­mbolos del feminismo guatemalteco por su apasionada defensa de los derechos de las mujeres, lo cual está documentado, en particular por su tránsito en Diario La Hora.

Con respecto a “Ligera y diáfana”, el escritor Francisco Morales Santos dice en el prólogo: “Yo veo su trayectoria poética desplazarse como un Usumacinta, y cómo en la misma corren parejos la pasión, la ternura, el humor y no pocas veces la ironí­a. Asimismo, van de la mano la capacidad para conmover mediante la lí­rica con el empleo regulado y siempre oportuno de imágenes. Y es que Luz todo el tiempo está mostrando su constante energí­a y pasión por lo vivido, por lo sentido, por lo que se añora.”

Luz Méndez de la Vega nación en 1919. Perteneció a los grupos La Moira y  Rin-78. Licenciada en Letras por la Universidad de San Carlos, con estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, España, y académica de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Su obra literaria consta de los libros “Eva sin Dios” (1979), “Trí­ptico: Tiempo de amor, Tiempo de llanto y Desamor” (1980), “De las palabras y la sombra” (1984), “Helénicas (1998)”, “Toque de queda: poesí­a bajo el terror” (1999) y “Frágil como el amor” (2008).

Además, es autora de la obra de teatro “Tres rostros de mujer en soledad: monólogos importunos” (1991). En crí­tica literaria, es autora de “Estética y poesí­a de Petrarca” (1974), “El Señor Presidente y Tirano Banderas” (1977), “Caracterí­sticas del estilo de Galdós y su influjo en la novela guatemalteca” (1978), “Lenguaje, religión y literatura como deformadores de la mujer y la cultura” (1980), “La mujer en las obras de José Milla” (1982) y “La amada y perseguida Soe Juan de Maldonado y Paz” (2002).

También ha trabajado las compilaciones “Flor de varia poesí­a: poetas humanistas” (1978), “Poetisas desmitificadoras guatemaltecas” (1984), “La poesí­a del Grupo RIN-78” (1986) y “Mujer, desnudez y palabras –antologí­a de desmitificadoras guatemaltecas-” (2002).

En 1994, fue distinguida por el Ministerio de Cultura y Deportes con el Premio Nacional de Literatura “Miguel íngel Asturias”.

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CATíSTROFE EN LA COCINA

El silbato de las hirvientes jarrillas
rompe el silencio oloroso a cebolla
en las limpias y pací­ficas cocinas
que se llenan de su música arcaica
de viejo ferrocarril en miniatura.
Las jarrillas de silbato
han sido hechas para aquellos
que olvidan siempre
apagar la hornilla, como yo,
para preocupación tuya.

Hoy, estrené la jarrilla
esmaltada de rojo y asa negra
que confiados compramos ayer
para evitar catástrofes frecuentes
por mis constantes olvidos.

Al principio fue sólo su “gor-gor”
suave como ronronear de gato
el que me cautivó embelesada.
Luego, fue su agudo silbato
-imperioso y mágico-
el que hizo irrumpir en mi cocina
sobre los rieles del ensueño,
oloroso a caña y citronela,
el verde campo de la costa sur
con sus sembrados de milpa y banano.

El paisaje parpadeó veloz
por las ventanillas
del ruidoso tren
de negra y humeante locomotora
que me llevó
-adolescente en vacaciones-
entre campanas, banderazos
y olor a petróleo
hasta la vieja estación
del pueblo de mi abuela.

Y así­, sobre la locomotora
roja y negra de mis sueños
alucinada por el silbato
de mi nueva jarrilla
me olvidé, otra vez,
-para desesperación tuya-
de apagar la hornilla.

BIOLOGíA ES DESTINO

Porque mi cerebro pesa
unos gramos menos
y mis músculos no alcanzan
la potencia
de los récords masculinos
dicen:
“Que biologí­a es destino”
(Destino al servicio)

Porque mis glándulas
me condenan
a desangrarme cada luna
y el olor y el color
de mi sangre recuerdan
mi poca angélica naturaleza
dice:
“Que biologí­a es destino”
(Destino inferiorizante)

Porque me falta
un protuberante sexo
entre las piernas,
que me libere del compromiso
de pasos lentos
y abultado vientre
tras un fugaz orgasmo,
dicen:
“Que biologí­a es destino”
(Destino a pañal, escoba y cocina).

Porque la historia registra
miles de nombres masculinos
y muy pocos de mujeres
que vencieran las flamí­geras espadas
de los arcángeles misóginos
de la fama,
dicen:
“Que biologí­a es destino”
(Destino a la ignorancia)

Y con tantas evidencias,
deberemos enorgullecernos
cuando nos elogian magnánimos
en los discursos oficiales
diciendo:
“Detrás de cada gran hombre
hay siempre una gran mujer”
y se olviden
-astutos y olí­mpicos-
de añadir
el calificativo justo
de: frustrada.