El nuevo primer ministro británico Gordon Brown tuvo que ser paciente para suceder a un amigo cada vez menos cercano, y aunque las ideas políticas se parecen, este escocés brillante, tendrá trabajo para hacerse querer como Tony Blair.
Brown, de 56 años, nació en el laborismo, al contrario que Blair. En casa de su padre, un pastor de una pobre parroquia cerca de Edimburgo, se cultivaba la idea de justicia social.
Su hermano lo describió como «aburrido pero muy inteligente». Una falta de carisma que lleva a constantes comentarios y bromas.
Cuando tenía apenas 21 años, fue rector de la universidad de Edimburgo, cargo que mantuvo hasta 1975. Luego fue profesor universitario y a partir de 1983 se consagró por entero a la política.
Fue elegido diputado en ese año, al mismo tiempo que Blair. Compatieron armario en el Parlamento y se los conocía como «los hermanos de sangre». Con el paso del tiempo y los desencuentros se comparó su relación a la que había en los Beatles entre John Lennon y Paul Mc Cartney.
Gordon Brown es un artífice del New Labour (Nuevo Laborismo), en la línea de la Tercera Vía que preconizó Blair, apostando por proteger a los individuos sin molestar a la City (los medios financieros de Londres).
Cuando hace 13 años murió repentinamente el líder del laborismo John Smith, según viejos rumores nunca desmentidos, en una cena Brown se doblegó ante Blair en la sucesión en la jefatura del partido, a condición de que este último renunciara en un determinado momento, cediéndole el puesto.
«No sabiendo o no queriendo buscar los apoyos, contaba en sus cualidades de gran trabajador y en su inteligencia» para convencer, estima su biógrafo Tom Bower.
Ese relevo en el partido se produjo el domingo; este miércoles en la jefatura del gobierno, automáticamente en su condición de líder del grupo mayoritario en la Cámara de los Comunes.
El momento tan esperado por Brown, la dimisión de Blair, se hizo esperar. El anuncio de que lo haría este año 2007 llegó en septiembre pasado, con una creciente presión en el laborismo de un sector que empezó a ver en él un lastre, debido a la impopularidad de la guerra de Irak.
Ahora Brown deberá hacerse querer para ganar en las urnas en el 2009, y las cosas no se le presentan fáciles.
Sobre él pesa este decenio de gobierno de Blair (desde 1997), con quien fue siempre su ministro de Finanzas, pese a ser elogiado casi unánimamente por el fuerte desarrollo económico del país, que ha registrado el período más largo e ininterrumpido de crecimiento en los últimos dos siglos.
Liberal en el plano económico, su decisión de proclamar la independencia del Banco de Inglaterra, que empezó a decidir las tasas de interés sin ninguna interferencia del gobierno –lo que dio confianza a los inversores– es una de las más aplaudidas de la década Blair.
Y aunque se cuidó siempre de no aumentar los impuestos sobre las ganancias, Brown también combatió las desigualdades sociales, invirtiendo masivamente en los servicios públicos (salud, educación). Logró así reconciliar el viejo y el nuevo laborismo.
Los analistas políticos prevén que continuará aplicando esas políticas y que tampoco habrá grandes cambios respecto a la política exterior de Blair, con quien la diferencia es más de forma que de fondo.
Brown ha pedido también que se siga con la guerra contra el terrorismo, asegurando que Londres continuará dando prioridad a la relación con Washington.