Libros, letras y lectura


El libro enfrenta estos dí­as de tecnologí­a desbordante, el reto que le impone la aparición de nuevos artilugios que prescindirí­an del papel como forma tradicional para el hábito de la lectura. La hegemoní­a de lo digital sobre el milenario papel remite al campo de la cultura del consumo y del desecho. Mientras que el libro perdura, y con él la confrontación que producen las ideas y los argumentos registrados en sus páginas, los caracteres en una pantalla digital sucumben inmediatamente con el clic, después de haber sido consumido la imagen digital, para pasar a una nueva. El libro se mantendrá como objeto de culto y como evidencia fí­sica de la revolución que causó Gutemberg siglos atrás. El verdadero pulso no es el papel versus la pantalla digital, como tampoco el afán es el rechazo al futuro, que es ya presente a través de un sin fin de posibilidades que permiten los avances tecnológicos. Se trata más bien de comprender que hay una frontera que está totalmente transgredida entre consumidores y lectores, lo cual lleva a la cuestionante, ¿se consume o se lee?

Julio Donis

El hechizo que produce la posibilidad de tener acceso a miles de fuentes de información a través del Internet, hace en la práctica que no se lea o se consulte, más bien se navega y se consume, porque no hay tiempo de detenerse, porque yace en el fondo la perversión avorazada de consumir todo. Basta con ir a Google News para tener de un tajo alrededor de cuatro mil fuentes informativas; ¿cómo se lee esto si no es consumiendo? Para contextualizar este dilema hay que situar en su justa dimensión la omnipresencia del Internet, el acceso a los libros y los números del alfabetismo, para lo cual basta conocer los í­ndices de desarrollo humano y entender que en un paí­s como éste, aun no hay cobertura total de este tipo de tecnologí­a. Sin embargo, el mercado se encarga a paso redoblado de enlazar toda la geografí­a, y no por un inocente interés de socializar información sino de extender el consumo, algo que ya se ha logrado con la comunicación celular.

En la dimensión pública, a contrapelo, ni siquiera se ha logrado descargar de impuestos la compra de libros, con lo cual tener acceso a los mismos sigue siendo algo restrictivo y limitado; es simple, los libros son caros y los libros buenos son más caros. El tema del alfabetismo debe remitir a mucho más que saber leer o escribir. Si bien aún hay saldos importantes de población analfabeta, la preocupación debe ser también sobre lo que se lee, sobre cómo se aprende y sobre la capacidad de análisis que se favorece, para hacer del individuo, un alfabeto funcional o disfuncional, es decir, la posibilidad de proveer suficiente información y medios para una cultura general, que facilite las condiciones para hacer sujetos crí­ticos de la realidad y no objetos del consumo que quieren consumir más.

Bajo esta perspectiva, podemos decir que no importa si es en papel o en pantalla para concebir el libro como un buen medio que permite el acto racional de la lectura, ya sea a través de libros digitales, bloggers, portales, periódicos virtuales, revistas etcétera, pero con la convicción que sólo a través del lenguaje y la lectura se obtendrá la sofisticación de la cultura letrada que permite el desarrollo de la inteligencia. Esto no es posible hacerlo a través del consumo de imágenes, como la videocultura que impera estos dí­as especialmente en la juventud.

En este contexto, la recientemente inaugurada feria del libro, Filgua aporta en la dirección letrada que apuntaba antes, con la rica propuesta que presentan sus organizadores; intuyo que cada vez más se hace necesario motivar y desarrollar actividades que promuevan la lectura como acto de defensa civilizatoria de nuestra propia cultura.