Librerí­a francesa de Nueva York desaparecerá en 2009


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Afuera, las hordas de turistas fotografí­an el Rockefeller Center, su pista de patinaje y su árbol de Navidad. Adentro, las estanterí­as de libros se vací­an lentamente: tras 73 años de existencia, la librerí­a francesa de Nueva York va a cerrar sus puertas en 2009.


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La razón de la desaparición de esta institución, única librerí­a francesa que queda en Estados Unidos y una de las últimas librerí­as extranjeras de Nueva York, son simplemente comerciales: el contrato de alquiler expira en setiembre próximo y la empresa propietaria del edificio de la Quinta Avenida aumentará el precio, actualmente de 360 mil dólares, a un millón por año.

Los precios de los libros en venta tampoco son muy alentadores para los compradores, sobre todo aquellos que pasan de compras por el barrio de las tiendas de ropa, de cosméticos y de artí­culos electrónicos.

«Es cierto que vendemos a 20 dólares un libro que cuesta 5 euros en Parí­s, pero los gastos de transporte también existen cuando uno compra por internet: lo que realmente ha cambiado es la cultura de la librerí­a, y el Rockefeller Center, que era un lugar con fuerte presencia de cultura europea, se convirtió en un simple centro comercial», deplora Emmanuel Molho, septuagenario y dueño de la librerí­a familiar, que dirige junto a sus hijos.

Su padre, Isaac Molho, que emigró a Estados Unidos en 1928 era un ex alumno de una escuela francesa de Atenas que conoció en Parí­s a los responsables del editor Hachette. Invitado a abrir una librerí­a por David Rockefeller, que buscaba una presencia europea en las tiendas de su edificio, lanzó el negocio en 1935.

Durante la guerra, a la librerí­a se sumó una editorial, «La Maison Franí§aise», que publicó a autores que huyeron del nazismo como André Maurois, Jules Romains o Antoine de Saint-Exupéry. «El editor era mi tí­o», cuenta Emmanuel Molho en una entrevista con la AFP. Las portadas de los libros se parecí­an a las de la colección «blanca» del editor francés Gallimard.

«Los años 60 fueron los más gloriosos, la lengua francesa estaba de moda, tení­amos 50 empleados, importábamos dos toneladas de libros por semana, que llegaban a bordo de transatlánticos como el France», cuenta Emmanuel Molho.

«Era una especie de salón, más que una tienda: los clientes eran norteamericanos francófilos, sudamericanos francófonos de paso, se quedaban para conversar, y en aquella época se pasaban pedidos de por lo menos 3.000 ejemplares de la última novela ganadora del premio Goncourt. Hoy en dí­a traemos apenas unas decenas», recuerda Molho.

En 1993, Emmanuel Molho cerró una segunda librerí­a francesa que tení­a en el sur de Manhattan y en 1994 su librerí­a francesa de Los Angeles.

Francia hizo oí­dos sordos a sus pedidos de auxilio, a pesar de cartas enviadas a la ministra francesa de Cultura, Christine Albanel, y el presidente francés Nicolas Sarkozy, que asistió a una cena en el Rockefeller Center en setiembre pasado, no visitó la «Librairie de France», comenta Molho.

Y mientras que los libros franceses se venden cada vez menos, el alza vertiginosa de los alquileres comerciales en Nueva York dio el tiro de gracia. Hoy, el subsuelo polvoriento alberga todaví­a algunos tesoros, y libros para adolescentes comparten los anaqueles con viejas guí­as Michelin o láminas de moda femenina publicadas en Parí­s en los años 20.

Emmanuel Molho se va a jubilar en Nueva York y tal vez «dedicarse al piano», dejando a su hija la tarea de perpetuar los negocios de la familia vendiendo libros a través de internet.