Libre comercio, pobreza y riqueza


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Los globalistas, es decir, quienes propugnamos por un libre comercio mundial, jamás hemos creí­do que la Organización Mundial de Comercio sirva para fomentar el libre comercio, porque ella es, de hecho, aunque no lo sea de derecho, un instrumento mediante el cual sus 153 paí­ses miembros convienen en limitar el libre comercio. La limitación debe beneficiar, por ejemplo, a empresarios ansiosos de protección gubernamental, o a dirigentes sindicales ávidos de poder polí­tico, o a gobernantes que se benefician de ruidosos clamores aparentemente nacionalistas.

Luis Enrique Pérez

 


El libre comercio internacional no puede ser obra de una institución como la Organización Mundial de Comercio. Es obra de los paí­ses que permitan la libre importación y exportación de bienes económicos. Si se permite esa libertad, el comprador elige al mejor vendedor que reside en otro paí­s, e inversamente, el vendedor elige al mejor comprador que reside en otro paí­s, y ambos obtienen el mayor beneficio posible del intercambio. Precisamente restringir el libre comercio, como se restringe por medio de la Organización Mundial de Comercio, es impedir que vendedor que reside en un paí­s y comprador que reside en otro paí­s obtengan el mayor beneficio posible del intercambio.
   
    El libre comercio es causa del progreso económico de la humanidad porque cada paí­s tiene la oportunidad producir y exportar los bienes que él produce con la mejor calidad y el menor costo; e inversamente tiene la oportunidad de importar los bienes que otros paí­ses producen con la mejor calidad y el menor costo. Entonces es posible generar más recursos excedentes, que ahorrados, invertidos o consumidos, mejorarán el estado de vida de exportadores e importadores.
   
    Una nación económicamente no globalizada es similar a un ser humano que teje la tela de las prendas que ha de vestir, y confecciona esas prendas; o fabrica los ladrillos de la casa que ha de habitar, y construye esa casa; o curte el cuero de los zapatos que ha de calzar, y él mismo fabrica esos zapatos. Ese ser humano no puede producir recursos excedentes que lo liberen del primitivo subsistir. Es el pobre estúpidamente independiente, que se jacta de su improductiva autonomí­a económica.
   
    Una nación económicamente globalizada es similar a un ser humano que se dedica a tejer, porque es más apto que otros para tejer, y vende la tela que teje, y con el dinero que obtiene compra las prendas que ha de vestir, la casa que ha de habitar, y los zapatos que ha de calzar, y todaví­a dispone de dinero excedente, que puede ahorrar para reducir sus preocupaciones por sucesos futuros, o que puede invertir en una nueva máquina de tejer, o que puede gastar en nuevas prendas de vestir. Es el rico inteligentemente dependiente, que se jacta de su productiva heteronomí­a económica.
   
    El libre comercio mundial es el medio más idóneo para que los paí­ses pobres sean menos pobres hasta tener la esperanza realista de ser ricos; pero es también el medio más idóneo para que los paí­ses ricos sean más ricos. Se argumentará que no hay libre comercio internacional. Es evidente que no lo hay. Empero, la cuestión esencial es que si el libre comercio es económicamente beneficioso, habrí­a que tender a un comercio internacional cada vez más libre, y no a uno cada vez más esclavo.
   
    Post scriptum. La Organización Mundial de Comercio sólo tendrí­a que cumplir una función, si tuviese que haber una organización tal: ser el árbitro de un libre comercio mundial, y no el regulador de un esclavizado comercio mundial.