Leyenda de un Amor II


Venía caminando
con la mente fija en tu imagen,
contemplé el jardín de tu casa,
con su verja despintada y herrumbrada,
no funcionaba la fuente;
ya no estaban al cuidado
de aquel viejo jardinero.

Eduardo Alfonso Luna Estrada


Mi mente no comprendía
por qué todo estaba tan abandonado.
Apoyé una mano en la manecilla de la puerta
y se abrió la crujiente cerradura,
abierto estaba el camino hacia el jardín.
Cuando caminaba,
el viento las hojas secas a rastras se llevaba,
¡era el mar de la desolación y del miedo!
Abatido abordé los primeros peldaños
llegué donde el piano estaba,
al interpretar,
de sus largas cuerdas fluía una sonata funeral,
de esa melodía que a solas de mis manos brotaba,
a pausas te imaginaba.
Hay cosas que se presienten
pero no tienen explicación;
La noche y el silencio llegaban,
entre flores te recordaba
y a la brisa le decía:
¡Por qué a ella!
Y en la vivencia
de aquellas destruidas palabras y notas,
¡viva te imaginaba!
Las aguas entre reflejos y olas,
crearon con toda su crudeza
esta historia de lágrimas y penas,
de rosas y espinas,
la leyenda de la niña
que en esta vida más amaba.
Sin embargo, presentí
que aquella niña tan linda no podía perdurar,
lo comprendo y creerlo no quisiera
más para morir había nacido.
En un lejano atardecer nos conocimos,
su blanca imagen
al viento leves sonrisas lanzó,
mientras nuestras miradas
en una sola se entrelazaban
y en sus claras pupilas
mi alma se reflejaba.
Hermosa y bella fue la niña
de los cabellos de oro,
era la más radiante aurora,
más no la primera
ni la última, que ha muerto
sin contemplar su ocaso.
Estoy resignado.
Vida mía jamás olvidarte podría,
mientras el eco adormecido
lleve a mis oídos
el repetir de nuestros nombres,
y un poco más allá las inquietas estrellas,
medios ocultas entre las sombras de los arbustos,
donde se encuentran jugando y riendo
y al igual que un sueño,
reflejando en un rincón de cristal
nuestras imágenes,
como la luz que habita en el fondo del mar.
Mas aquellas juguetonas estrellas
que las tinieblas del camino nos iluminaron
y que aun brillando están,
¡su magnificencia nunca será
como el anochecer que vivimos ayer!
Mientras la luna a nuestro lado esté
vivirás en mí,
lo mismo la aurora de ayer,
como el anochecer de hoy,
de mañana y de siempre.