Levantarse cada mañana puede ser agobiante para un capitalino de clase media. Tomar un baño rápido, salir corriendo de la casa sin desayunar y enfrentarse a un tránsito infernal –agravado por los policías ineficientes– para llegar puntual al trabajo es parte de la rutina diaria de muchos citadinos.
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Nos preocupamos por resolver problemas en el trabajo, convivir con los compañeros, y hacer planes para el fin de semana. Nuestra vida se reduce a coexistir con nuestro círculo de amigos, colegas y familia, consumir la comida y productos que nos gustan, e intentar ahorrar un poco de dinero, ya sea para nuestros proyectos de futuro o para cubrir una emergencia.
En base a nuestras experiencias diarias, costumbres e ideas definimos la forma en que actuamos, y así creemos que tenemos la razón en cuanto a nuestras posturas y opiniones, pero pocas veces intentamos comprender la realidad desde el punto de vista de los otros y nos olvidamos que también hay realidad más allá de las fronteras de nuestra existencia.
¿Por qué no ponernos en la piel de los demás?
Levantarse cada mañana puede ser aterrorizante para una vendedora informal de fruta, que en cualquier momento puede ser agredida por la policía municipal; para sus hijos, debe ser traumatizante pensar que su mamá es golpeada salvajemente por su insistencia en vender productos alimenticios en un espacio público.
Saber que trabajar dignamente en la calle se castiga con un desalojo violento, así como patinar en las aceras o realizar actividades culturales se penaliza con represión, es realmente preocupante para los que buscan una forma de subsistencia o un medio de expresión en una sociedad excluyente.
Levantarse cada mañana y pensar que el basurero es lo único que se tiene en la vida para subsistir, y que es la única herencia para los hijos, debe ser preocupante para un recolector de basura que vive en los alrededores del relleno sanitario de la zona 3.
Sin oportunidades de educación o empleo digno, la condena a vivir entre la basura debe ser abrumadora para las familias de escasos recursos, que subsisten con los objetos que otras personas consideran desperdicios.
Levantarse cada mañana y saber que los impuestos se manejan con opacidad, y que a diario se cometen injusticias contra la población más indefensa, le roba la calma a cualquier ciudadano consciente que los problemas de “unos” son los problemas de “todos” en una sociedad democrática.
Es importante reflexionar sobre cómo percibimos la realidad y la forma en que nos enfrentamos a diario a nuestro contexto –problemas, logros, retos, etc., pero también es muy importante intentar comprender lo que viven los demás y ponernos en sus zapatos antes de juzgarles.
La realidad es una sola, objetiva y dialéctica; y por eso, nos guste o no, tenemos que enfrentarla a diario. Sin embargo, cada quien la vive en su propio escenario, y es por eso que la percepción individual de lo que nos rodea es subjetiva, y nos impide de primera mano comprender a los demás.
Entendamos que nuestra indiferencia ante los problemas de los otros solo contribuye a degradar el tejido social. Esto, además, contribuye a perpetuar las estructuras excluyentes que mantienen a las mayorías al margen del desarrollo.
Hay vida más allá de nuestra propia vida.