León Aguilera y la Sierra de las Minas


Grecia Aguilera

León Aguilera, poeta y metafí­sico guatemalteco, viajó a las montañas de Zacapa en el año de 1942, para escribir entre amanecidas y atardeceres, sobre las crestas, bajo los pinos, al filo de los abismos, entre cataratas y rí­os, los versos más bellos y profundos, versos dictados al poeta por la naturaleza misma, poesí­a pura gestada en el cí­rculo infinito de las selvas titilantes de Guatemala. Este magní­fico poemario se titula «Estancias de la Montaña», es un canto dedicado a la Sierra de las Minas, territorio montañoso localizado en el Norte del Departamento de Zacapa, y en el que existe una exuberante flora y fauna. Este libro es un mandamiento a la protección del medio ambiente. Por ejemplo, en los primeros versos del poema «El chorro» el poeta escribe: «De súbito una arteria de la montaña rota/ vací­a un corazón de sonoros diamantes./ Cabellera extendiendo frescuras melodiosas,/ despéinase la tarde./ En un tajo violento en esta anochecida/ yo descubrí­ la herida que entre los siglos cae;/ escala donde bajan los lí­quidos ciclones/ y cabriolan caballos de cristal en el aire.» En la pieza literaria, «La mina fantasma», el autor describe con opulencia poética cómo la naturaleza es implacable y recupera con insistencia sus territorios: «A un claro de la selva/ donde el confí­n se mete en un susurro de hojas/ a lo largo de pinadas/ en eternos descensos y subidas/ algo allá blanco, al fondo, en prominencias/ deja caer entre los ramajes/ este nombre herrumbroso/ Marmol Mining Company/ con resplandores ní­veos./ Caminamos con pasos fantasmales,/ casona abandonada alberga ahora espectros,/ se agrietan las paredes,/ tras solitarios lechos/ ratas y arañas van/ asustando en los rincones;/ horror de ser emporio detenido/ en el momento exacto/ cuando poleas, grúas, correajes y dí­namos/ tiraban su canción electrizada al viento./ Entran y salen las cabras por las puertas/ batidas con crujir de huesos y de gonces/ roí­dos por el sarro./ Fue otro tiempo el emporio/ del tallado de mármoles,/ ahora hay un paisaje/ donde gigantes brazos mútilos,/ las cabrias quedaron./ Lí­neas férreas perdidas en las hierbas,/ maquinaria de orí­n que reintégrase/ a su primer origen mineral./ Esto suena a leyenda haciendo eco en cañadas:/ hubo una explotación entre la selva,/ la montaña escuchó cómo el funicular/ bajaba enormes bloques/ burlando sus abismos./ (Y hubo una carcajada en la montaña)./ Ahora la soledad apenas es los ecos/ de aquellos gritos del trabajo,/ la casa del administrador/ de noche va envolviéndose en sábanas de espanto:/ se duerme allí­ en colchones recrujientes/ y se escucha aserrar de mondos cráneos./ En donde soñó un bloque llegar a ser la estatua/ la gigantesca iguana toma sorbos de sol:/ lo vemos ir pasando por su glauca garganta./ Tragando la maleza/ fue aquella planta eléctrica que antes causara asombro/ alzando estrellas del fondo de la selva./ El matorral tupiendo está el claro boscoso,/ la montaña se cierra/ como un pulpo de lianas y de ramas./ ¿En dónde los habitantes?/ Sale un guardián callado/ y su presencia es de sobreviviente de catástrofe/ silenciosa, solemne de una fábrica/ de pronto enmudecida en cuentos de Jack London./ El jaguar y el puma cruzan indiferentes/ los sitios donde el hombre su civilización quiso imponer/ en los lomos de la hosca sierra/ eriza de machacos./ La maquinaria es como una dinosáurica osamenta;/ la selva rí­e con clamor de mares encrespados./ Si el hombre se detiene/ ella desborda el lí­mite/ y la selva otra vez/ reina en telúrico espasmo./ Encinos centenarios son más viejos/ que toda esa inútil pompa de hierro./ Un silencio de plumas herrumbrosas de pinos,/ y un nombre que aquí­ suena como a leyenda trunca,/ un vano nombre hundiéndose/ como pisadas entre pajas de seco pino,/ el de Marmol Mining Company./ Y de súbito sentir calofriarse/ las vértebras de la potente Sierra:/ es la Mina fantasma/ derivando en los siglos/ flotando entre el rumor viviente de las selvas.»